jueves, 10 de noviembre de 2011

Cultura maya ( VI )


Religión

La sociedad maya estaba fuertemente influenciada por la religión, todo se movía en torno a las creencias religiosas, su organización social y económica, sus costumbres, ciencias y supersticiones, todo quedaba unido con un sentimiento de comunión con lo divino. Los mayas creían que el alma era inmortal y había un premio o castigo para la actitud de cada uno. La religión que profesaban era politeísta y se fundamentaba en una filosofía naturalista en la que las principales fuerzas de la naturaleza, los fenómenos atmosféricos y los cuerpos celestes eran divinizados.

La dualidad de la fe maya partía del principio que tanto el bien como el mal se catalogaban como divinos, siempre en lucha pero siempre unidos, inseparables. Elementos naturales como el rayo, la lluvia o el maíz estaban considerados como dioses benignos, porque aportaban cosas positivas. En cambio, entre los malignos, los negativos, se incluían el hambre, la miseria, los huracanes, la sequía o la guerra. Todos los destinos de la humanidad estaban condicionados a la lucha entre el bien y el mal. Por encima de todos los dioses estaba Hunab Kú, que significa "un solo dios". Era el dios creador, del mundo y de la humanidad a partir del maíz. Hunab Kú estaba considerado el padre de todos los dioses y nunca estuvo representado bajo algún aspecto o concepto, aunque siempre presente en todo.

El mundo maya estaba concebido por niveles y la línea de la tierra era el que diferenciaba entre el cosmos y el inframundo. Esta concepción del mundo estaba representada por la ceiba sagrada o Yaxché, cuyas ramas se elevan a los cielos y las raíces al inframundo. Los niveles del cosmos se dividían en trece, uno sobre otro, y cada nivel o cielo estaba presidido por trece dioses, llamados Oxlahuntikú. Hacia el inframundo, de la tierra hacia abajo, eran nueve los niveles que presidían los Bolontikú. El último era el infierno, llamado Mitnal, el reino de Ah Puch o señor de la muerte.

Toda civilización tiene su lado oscuro, su parte negativa, y entre el llamativo esplendor de esta cultura destacan sus rituales por encima de otros aspectos más positivos. De entre la religión maya podemos escoger aspectos para todos los gustos, desde los que actualmente son atraídos por sus creencias naturalistas y que ven en ellas un ejemplo de respeto por la naturaleza, a los que por encima de todo sobreponen sus macabros rituales. En sus ritos asistían al aire libre abajo y al frente de las pirámides-templos a solicitar a sus dioses la benevolencia, la generosidad en los dones de la vida, de la salud y el sustento. Esta manera de expresión no se diferencia mucho de la que actualmente realizamos en cualquier parte del mundo civilizado. Sin embargo, en el apartado de las ofrendas los mayas muestran su lado más cruel, más siniestro, y al mismo tiempo el más vulnerable y el más fanático.

Por otro lado, los sacrificios humanos eran una práctica muy generalizada entre todos los pueblos mesoamericanos. En el Popol Vuh podemos encontrar la explicación o la razón por la que la vida era parte importante en el catálogo de ofrendas a los dioses. El libro quiché relata cómo los dioses crearon el mundo, que serviría como hábitat para el hombre, que tiene como misión alimentar y venerar a los dioses. Del mismo modo que los hombres se alimentan del maíz, un alimento sobrenatural creado por los dioses, los seres sobrenaturales deben de alimentarse de un alimento sobrenatural: la energía cósmica que se encontraba en la sangre y el corazón de los sacrificados. Otras versiones más técnicas al respecto, como la de Marvin Harris, argumentan que los sacrificios humanos en Mesoamérica se deben a la necesidad proteínica, sin embargo, aunque el canibalismo también se practicó en la superárea nunca fue cotidiano y extensivo a toda la población

Se practicaban los flechamientos y arrojaban a los niños, doncellas y piezas de oro al Cenote Sagrado de Chichén Itzá, con el fin de que Chaac, el dios de la lluvia, fuese generoso y les reportara a cambio regar sus cosechas. También eran distintas las variantes del autosacrificio, como la de sacarse sangre de distintas partes del cuerpo con punzones de hueso o maguey que se ofrecían en tiras de papel. Entre los sacrificios humanos también estaba la decapitación o la extirpación del corazón de prisioneros de guerra, esclavos o personas escogidas por su nacimiento. De igual modo, el sacrificio de animales era otra modalidad de ofrenda.

Pero no todo lo relacionado con los rituales eran sacrificios crueles y sanguinarios, a los mayas también les gustaba bailar y les ofrecían a sus dioses alegres y vistosas danzas. Tanto los hombres como las mujeres tenían sus bailes particulares, aunque rara vez lo hacían juntos. Entre estas danzas destaca la conocida como el baile de Holcan Okot, en la que participaban por un gran número de guerreros que se movían con absoluta precisión invocando la ayuda y protección de Kukupakat. El tzolkin era el calendario que establecía las fiestas con fechas fijas y que los sacerdotes organizaban ornamentando los templos y presentando las ofrendas que, además de los sacrificios y las danzas, consistían en dramatizaciones, procesiones y juegos de pelota, abstinencia sexual, el uso de hongos alucinógenos o bebidas fermentadas como el balché, entre otras.

Así mismo, concebido como un ritual, el juego de pelota representaba los orígenes del universo. Un rito de iniciación, muerte y renacimiento que legitimaba la acción militar y el poder político. El enfrentamiento entre jugadores representa el encuentro entre los gemelos y los dioses del inframundo. El objetivo del juego consistía en hacer pasar la pelota de caucho por un delgado anillo que se colocaba en las paredes de la cancha, golpeándola con la cintura, las rodillas, los hombros y los codos. Su desarrollo no tenía un tiempo fijo reglamentado, podía durar día y noche, y aunque existe una leyenda que asegura que los perdedores eran sacrificados, lo cierto es que no hay fuentes históricas que lo acrediten. Algunos historiadores creen que el jugador sacrificado era en realidad un prisionero de guerra obligado a jugar. Débil, cansado y con heridas, no ofrecía rivalidad, por lo que es fácil creer que perdía y era sacrificado. Un rito de fertilidad que lo transportaba al paraíso.

Para los mayas la muerte es el comienzo de un proceso en el que el alma emprende un camino a Xibalbá, al reino de Ah Puch, al inframundo, donde tendrá que atravesar un río ayudado del perro xoloitcuintle, y terminara en el sur (para los mayas asociado al color amarillo). Sin embargo, para las almas afortunadas de los guerreros muertos en combate existía un paraíso en el cielo donde acompañaban al sol.

Para los mayas no importaba tanto el nivel social que tuvo el difunto en vida, lo importante frente a la muerte era la manera de dejar este mundo. Aunque existían distintos tipos de muerte sagrada, como las embarazadas muertas en el primer parto, los ahogados o suicidas, los guerreros, víctimas de la lepra o sacrificados, al final todas las almas terminaban en el inframundo. Los mayas creían en la reencarnación del alma en otro cuerpo de la misma especie. Entre sus creencias estaba la de que el alma que llegaba al inframundo se reencarnaba en un nuevo individuo. Otra de sus costumbres relativas a la muerte era la de guardar los cráneos de sus antepasados y hacerles ofrendas de alimentos.

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