martes, 19 de agosto de 2008

La Radio, compañera de mis horas.

No podría decir cuando escuché la radio por primera vez, pero apostaría que fue uno de los primeros sonidos que recibí en este mundo y que me han acompañado a lo largo de todos estos años. La banda sonora de mi vida. Tampoco sé cual de los cinco sentidos se desarrolla antes, pero, sin duda, el oído es uno de los primeros, junto con el gusto y quizás el olfato, aunque esta reflexión es una suposición mía sin ningún dato científico contrastado y sin garantías de certeza.

Existen sabores, sonidos, objetos que identificamos en nuestra memoria como los primeros y para mí, antes de cualquier otro, están los blancos barrotes de la cuna y la radio, que atraía toda mi atención, ni sonajero, ni chupete, ni nada, la radio como instrumento maravilloso que emitía sonidos atrayentes, sin entender su mensaje pero con un poder de persuasión capaz de cambiar mi estado de ánimo. La recuerdo sobre una repisa del comedor con blanco pañito de encaje y otro de ganchillo sobre ella, cuidada y expuesta como una pieza de valor y a la que, aparte de que no podía acceder a ella, estaba prohibido manipular, con el riesgo que suponía el aparato sonoro en manos de un niño.

Siempre asociada a tareas cotidianas, a fechas y sucesos familiares, nacionales e internacionales. Pensar en la radio de aquellos días es hacerlo con imaginación, las radionovelas narradas dejaban unos escenarios imaginarios y a los personajes narrados paseándose por ellos, mientras mi madre planchaba, cosía, zurcía, o simplemente suspiraba meciéndose en la mecedora, entre los rayos de luz que penetraban por entre las juguetonas cortinas que cerraban el paso a la flama, producida por el sol en las tórridas tardes del verano. Escenas que siempre iban ligadas a dos nombres, los de Teófilo Martínez y Guillermo Sautier Casaseca, que cada tarde escuchaba nombrar hasta quedar grabados en mi memoria para siempre.

Pero la Radio no sólo emitía las novelas narradas, era el instrumento de entretenimiento y por supuesto de información, "el Parte", como se le llamaban a las noticias, era pura propaganda del régimen y casi nada de lo emitido se podía creer. En la hora del almuerzo, en la que el silencio se instalaba en el comedor de la casa por unos minutos, mi padre, atento al noticiero, movía la cabeza en desacuerdo al tiempo que se llevaba la cuchara a la boca. En cambio, a la noche, cambiaba el receptor a otra habitación al fondo del patio, para que no se escuchara la emisión de Radio Pirenaica, a la que era asiduo, y su recuerdo es con la oreja pegada al receptor y , ahora sí, con la expresión de compartir lo emitido.

Son muchos los momentos y sensaciones que la Radio dejó en los archivos de mi memoria, la Lotería de Navidad, los partidos de fútbol de los domingos, la música clásica de Semana Santa... Pero si hay una noticia significativa que me dejó marcado, y reflexivo por un tiempo, fue el terremoto de Managua, el 23 de diciembre de 1972, que destruyó el centro de la ciudad y dejó aproximadamente 10.000 muertos y 20.000 heridos. Sin duda es un suceso que deja sentado en el suelo y con el dedo en la boca al más pintado, al más banal de los mortales, y a mí particularmente me mostró que en esta vida, como se suele decir, "no somos nadie".

Todos los sonidos producidos por aquel entrañable aparato, que mi padre mandó arreglar años después de que se averiara, y que la muerte de mi abuelo no permitiera conectarlo hasta mucho tiempo después y de dar por terminado el luto, forman parte de la banda sonora de mis días y aún hoy me sigue acompañando este invento en mis quehaceres, en el trabajo, en el descanso e incluso en las horas de insomnio.

 
Las enciclopedias nos dicen que Fue Guillermo Marconi el que puso en funcionamiento la primera estación de Radio en 1897, en Londres, pero un año antes algunos países como Francia y Rusia rechazaron reconocer la patente del italiano, refiriéndose a las publicaciones de Alejandro Stepánovich Popov, que en 1895 había presentado un receptor capaz de detectar ondas electromagnéticas. Son varios nombres a los que se le atribuyen ser el padre de dicho invento, John Ambrose Fleming, Lee de Forest, Fesseden o David Sarnoff. Pero aquí no queda la cosa, resulta que ahora un profesor de la Universidad de Navarra, Ángel Faus, afirma en un libro, que ha visto la luz recientemente, que fue un español el que inventó la Radio, Julio Cervera Baviera.

Según el profesor Faus y aportado por la Universidad de Navarra, "Marconi inventó la telegrafía sin hilos y demostró su eficacia en diciembre de 1901, pero no trabajó en la Radio hasta 1913, tal y como señala él mismo en un documento de la época. Fue el comandante Cervera, que colaboró con Marconi y su ayudante George Kemp en 1899, quien resolvió las dificultades de la telefonía sin hilos y obtuvo sus primeras patentes antes de que terminara ese año. El 22 de marzo de 1902 constituyó la Sociedad Anónima Española de Telegrafía y Telefónica sin hilos ante el notario de Madrid Don Antonio Turón y Bosca, que dispone de los planos y patente del inventor español". Julio Cervera aportó a la sociedad sus patentes para la radiotelefonía sin hilos obtenidas a su nombre en España, Bélgica, Alemania e Inglaterra. "Las inglesas son especialmente significativas, ya que se consiguieron sin la oposición de Marconi y su entorno empresarial, lo que indica que se trata de un sistema distinto".

Después de estas palabras y de donde provienen no cabe más que apoyar la tesis del Profesor Faus, aunque esto ponga en relieve que Marconi bien pudiera ser injustamente catalogado como inventor de la Radio, que no sería el único, pues ya está Edison y la bombilla que lo antecede algunos años antes. Sea cierto o no, lo importante es el invento en sí, lo que significa para la humanidad, para la soledad de sus vidas, de su información, del conocimiento, del disfrute y de lo agradable y llevadera que siempre se nos hace la vida cuando tenemos cerca un aparato receptor.


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