sábado, 23 de agosto de 2008

Quetzalcóatl, el astronauta de Palenque



Hay misterios y enigmas sin resolver que probablemente nunca verán la luz, ni tendremos la oportunidad de conocer las respuestas a esas preguntas que nos ha dejado la historia para la ciencia. En todas las culturas existen secretos pendientes que nos aclararían un sin fin de dudas, que siempre rodean a lugares, personajes o códigos que son una incógnita para la Humanidad.

En la mayoría de los casos se ponen de relieve los motivos que provocaron el declive o la aniquilación de un pueblo, se comprueban los motivos que dieron fin a su esplendor y hasta se revelan los detalles de la causa o el suceso. Pero en ocasiones cuesta imaginar un proceso decadente lógico, el pasado no deja ni una sola chispa a la que se pueda seguir para llegar al foco que nos ilumine lo acontecido, uno de estos misterios es sin duda Palenque, en el estado de Chiapas, México.

La historia y sus investigaciones nos ha enseñado cuáles fueron las sucesivas dinastías, las épocas gloriosas y de decadencia, las guerras, los saqueos, muchos detalles que nos posibilitan una imagen de la realidad en el devenir de los siglos hasta llegar al siglo XVI en el que la región estaba deshabitada prácticamente, motivo por el cual pasó desapercibida para los españoles cuando llegaron a los confines del Imperio Azteca.

Pero el principal motivo de este artículo no es contarles la historia de esta ciudad de la que queda mucho por desenterrar, de arrebatarle a la selva lo que tomó como suyo. Se supone que solo el diez por ciento es lo que actualmente está al descubierto, de lo que en sus esplendorosos días supuso para los aztecas. El sentido de este escrito es el misterio que rodea o envuelve a Pakal II, el Grande, el más conocido de los señores de Palenque por el esplendor y nivel de sofisticación que tuvo mientras él gobernó el estado maya de B'aakal, cuya capital era Palenque.

El 29 de julio del 615, cuando Pakal II contaba con doce años, fue proclamado Rey y tomó el mando de manos de su madre, Zak Kuk una dama foránea, la que se cree que continuó ejerciendo en el poder hasta que él alcanzó la madurez suficiente. Fue esta la época en que la arquitectura y el arte en general fueron impulsados notablemente.

Pero en 1952 sucedió un hecho que cambió el curso de la historia, cuando se descubrió la tumba de Quetzalcóatl (serpiente emplumada), al que muchos historiadores lo llaman Pakal por creer que Quetzalcóatl es un producto de la fantasía y la mitología americana, a la llegada de un erudito explorador mexicano llamado Alberto Ruz Lhuillier. El acceso a la tumba de Pakal, que fue encontrada en el fondo del Templo de las Inscripciones de Palenque y terminada por su hijo mayor que le sucedió en el trono, estaba bloqueado por piedras y tierra que tardaron en retirar cerca de seis años para dejar al descubierto los cuarenta y cinco escalones. Fue entonces cuando se pudo comprobar el enorme sarcófago de más de veinte toneladas.

Anteriormente, en el siglo XIX, Palenque se convirtió en el lugar arqueológico de moda en el mundo, donde acudieron los más afamados arqueólogos atraídos por los inmensos murales de estuco y grabados en madera que representaban a un misterioso personaje que rendía honor a una emblemática figura escultórica en forma de cruz.

Cuando el obispo de Santo Domingo de Palenque informó al Vaticano sobre las cruces mayas, recibió como respuesta la siguiente orden: "Hay que borrar esas escenas paganas que atentan contra la fe y el catolicismo", por lo que fueron destruidos a golpes decenas de paneles de estuco y quemados los grabados de madera. Por suerte, muchos se salvaron por los nativos que, viendo la destrucción de los símbolos que pertenecieron a sus antepasados durante tantos siglos, decidieron guardarlos en sus humildes casas.

Uno de estos hermosos paneles de madera, como los muchos que mandó quemar la iglesia, la llamada Cruz Foliada, representa al mismo personaje rindiendo culto a la misma extraña escultura en forma de cruz. En su estudio, Lhuillier, comprobó que esta escultura tiene una característica diferente, distinta, puesto que en su base brotan rayos de fuego que la hacen más misteriosa aún. Sin embargo, el enigma se crece cuando, en el interior de la tumba de Quetzalcóatl o Pakal II, el arqueólogo mexicano encuentra al mismo personaje en un grabado de la lapida, pero asumiendo una postura diferente, esta vez no rinde culto a la cruz sino que está montado sobre ella, el fuego representado brotando de uno de los extremos de la losa, el pelo ingrávido, el pie como pisando un pedal y entre las manos lo que parecen perillas de manipulación o un panel de mandos.

El descubrimiento puso de manifiesto que la creencia en seres extraterrestres no es nada nuevo, pero representarlo como hoy acostumbrarnos a verlo en los astronautas y coincidir en cómo podría ser es mucho imaginar. Por supuesto que la iglesia ya tiene su teoría, que dice: "La escena representa el nacimiento de la planta de maíz y al hombre surgiendo de las entrañas del infierno". Lo que me extraña es que no hayan salido a la palestra pidiendo la destrucción de dicha losa, por lo que podría suponer su conservación para la Humanidad, un pecado mortal.


Texto perteneciente a Miradas Impacientes I
Publicado por Ediciones Alféizar
© Antonio Torres Rodríguez 




http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/

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