domingo, 20 de mayo de 2012

Cultura tolteca ( IV )



Economía

Teotlalpan, en náhuatl, es el nombre con el que se conoce a la región donde se desarrolló la cultura tolteca, cuyo significado literal es el de "Tierra de dioses". Sin embargo, lejos de lo que pudiera aparentar su denominación, es un territorio semiárido donde predominan los arbustos de mezquite, nopal y maguey, y más recientemente, desde tiempos de la Conquista, también florece el pirul. En definitiva un paisaje más idóneo para pacto de pequeños rebaños que para imaginar de él la base de lo que representó la economía tolteca, que principalmente se apoyaba en la agricultura. Aún así, sobre estas tierras produjeron cosechas de cultivos básicamente mesoamericanos, como el maíz, el chile, el frijol, amaranto, pulque, epazote, calabaza o verdolaga, entre otras verduras. El pueblo tolteca era reconocido como de excelentes tejedores, por lo que también hay que destacar algunas variedades de algodón que se cosechaban.

A pesar del tiempo transcurrido, la sobrepoblación y la erosión provocada por la tala de árboles en las laderas de las montañas a partir de la época colonial, el empeoramiento de las condiciones climatológicas no ha cambiado mucho, por lo que es fácil imaginar cómo era el paisaje por entonces, un territorio donde los arbustos y cactus predominan en las laderas de los cerros sobre los campos de cultivo irrigados a lo largo del río Tula, parcelas de cultivo que son productivas en parte por el agua de lluvia que se recoge en las lodosas presas.


En principio, cuando inevitablemente tratamos de comparar a Tula con Teotihuacan, algo lógico si tomamos en cuenta que las dos ciudades míticas asumieron el papel de protagonista principal de Mesoamérica en sus épocas de esplendor, cuesta entender que, al contrario de los teotihuacanos, los toltecas no eligieran el lugar donde construir su capital por cuestión estratégica. Así como tampoco por los campos vecinos, desolados, sino por las ricas tierras al borde de la ciudad que riegan el río, cuyo caudal es copioso y confiable. Solamente se entiende cuando comparamos el aire cálido y polvoroso que se respira en las pobres cimas de los cerros con el grato y fresco del verde valle fluvial.

Al margen de la agricultura y de la carne de los abundantes animales salvajes que se cazaban por aquellos días como: venados, guajalotes, perros, patos, roedores, tortugas y pescados e insectos, la existencia de los grandes depósitos de obsidiana, cerca de Pachuca, o la abundancia de piedra caliza, que se destinaba a la fabricación de la gruesa cubierta de estuco con que se recubrían los muros y a las columnas de los centros ceremoniales, significó otro importante recurso para la economía de los toltecas. De igual manera habría que tener en cuenta la importancia de la producción alfarera, tanto en la elaboración de cerámica doméstica de varios tipos como de otras importadas; las figurillas de barro y la fabricación de objetos de tecali, jade, serpentina, concha y hueso, cestería o plumaria. Todas estas características y condiciones ambientales favorecían el comercio a larga distancia, hacia la Costa del Golfo por el oriente y hacia las ricas tierras del Bajío y otras zonas más lejanas por el occidente.


Comercio

De la misma manera que otros centros urbanos del México antiguo, Tula disponía de amplios sistemas de mercados y distribución de bienes suntuarios y de consumo, así como extensas redes de intercambio, tributo y comercio a larga distancia. Se estima que la base del tributo que se obtenía de la población se recaudaba de un radio más o menos de 20 kilómetros cuadrados, un área con una potencialidad agrícola suficiente como para sostener a la población de la ciudad y del área que la circundaba. Hay que pensar de esa manera pues en esa época no existían animales de carga para transportar regularmente el grano desde otras regiones lejanas. No obstante, los restos arqueológicos otra vez más son muestras evidentes de la importancia del mercado de Tula con otras regiones, más o menos lejanas, de Mesoamérica. No cabe duda que la industria de la cal tuvo que tener su importancia y que debió de haberse consumido en grandes cantidades si tenemos en cuenta la construcción y la renovación urbana. De la misma manera que la piedra caliza en la construcción, extraída al sudeste del área, o el basalto para los instrumentos de molienda.

También la arqueología ha revelado la existencia de colonias de comerciantes toltecas en sitios tan dispares como Paquimé en Chihuahua o el centro de El Salvador, los que al parecer intercambiaban productos foráneos por objetos como navajas, cuchillos y otras herramientas manufacturados en los talleres de Tula con la obsidiana verde de Pachuca, el producto estrella tolteca en el intercambio comercial con las diferentes regiones mesoamericanas, como la maya y Centroamérica, a cambio de productos tropicales.

Tampoco podemos descartar entre esas mercancías foráneas algunos productos perecederos que seguramente serían consumidos por la clase dominante o privilegiada, como el algodón de zonas cálidas, el cacao de Veracruz, Chiapas y Guatemala y pieles de animales de las selvas tropicales. Como lo demuestran las esculturas de Tula que Jorge R. Acosta identificó, adornadas con joyería de oro y plumas de quetzal de Guatemala. También durante esas excavaciones otros productos de lujo procedentes de lugares tan distantes como turquesa y cerámica fina de Guatemala, del centro de Veracruz y la Huasteca, y jades de Oaxaca y la región maya.

Pero no solo a la clase prominente llegaban las mercancías extranjeras, para hacerse una idea de lo generalizado del comercio basta con analizar los restos arqueológicos de casas, barrios, donde habitaba la gente común y en las que se han encontrado vasijas y cerámicas de Nicoya en Costa Rica y Nicaragua, fragmentos de vasos policromados de los mayas de Campeche, vasijas de plumbate del Soconusco, tecali procedente de Puebla, turquesa de Nuevo México o conchas marinas del Pacífico y la Costa del Golfo.


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