domingo, 5 de octubre de 2008

Testigo único de la historia

Casi con toda seguridad la vida de Federico Borrell no habría supuesto diferencia alguna a la de miles, millones, de jóvenes españoles que murieron en aquella cruel, como todas, guerra española del 36, a no ser porque el objetivo de la cámara de Robert Capa se interpuso en medio de los dos para inmortalizarlo, los dos salieron con la inmortalidad ganada de aquella instantánea. La manera fue distinta porque al miliciano le costó la vida para conseguirlo, a Capa, en cambio, que constaba con 23 años en aquel momento, solo le costó apretar el obturador de su cámara Leica.

 Aún así, El soldado caído, como es conocida la fotografía mundialmente, tuvo que pasar 60 años en el anonimato sin saber de quien se trataba, quien era el joven de 25 años que caía abatido en el momento en que Robert Capa lo retrató. La revelación vino por parte de un compañero que le acompañaba en la columna anarquista de Alcoy la misma tarde de su muerte y que también era vecino del mismo pueblo alicantino. Mario Brotons tenía 14 años por aquellos días y a la edad de 75 decidió escribir sus memorias anarquistas en un libro titulado "Retazos de una época de inquietudes", en él aseguraba que el soldado que caía derrumbado en la foto era su paisano y compañero Taino, como era conocido, cosa que corroboró la cuñada de Federico Borrell que aún vivía. A partir de ahí fueron muchos los historiadores que se interesaron por la figura, por el hombre que se convirtió en icono no solo de la guerra española sino también de todas las guerras mundiales, por su simbolismo impactante y por la tremenda fuerza en la expresión que recoge la instantánea.

 Federico Borrell no nació en Alcoy, pero sí en la misma provincia levantina, en Alicante, en un pueblo de la sierra llamado Benibolla. Su madre, María García, conocida por La Taña, decidió emigrar a Alcoy cuando quedó viuda de Vicente Borrell, de profesión labrador y de sobrenombre Batallón. Federico tenía seis años de edad por aquel entonces. El quinto de los seis hermanos que su madre sacó adelante con lo que ganaba de criada. Aprendió a leer y escribir y se hizo tejedor, y al igual que muchos de los jóvenes anarquistas de su edad y de su pueblo se alistó voluntario para ir al frente y dejó una novia, Marina, y el traje nuevo esperando para casarse. De la novia no se sabe cuál fue su paradero pero del traje sí, lo aprovechó su hermano menor Evaristo para casarse, que también estaba en la misma columna de voluntario cuando mataron a su hermano. Al siguiente día dejó el frente y regresó a Alcoy para informar a sus hermanas de la desdicha de Federico.

El joven miliciano era bravucón, de carácter alegre y un poco alocado, amigo de figurar y presumido, con un rasgo físico peculiar que compartía con su padre y hermano, los pómulos muy pronunciados. Ni que negar tiene que Federico pudiera ser conocedor de su futuro más inmediato o que intuyera el devenir de los momentos más cercanos aquella tarde del 5 de septiembre de 1936, mes y medio después de dar comienzo la guerra, cuando una bala certera acabó con su vida en el aire, mientras caía derrumbado hacia atrás y con el fusil en la derecha. El disparo le destrozó la cabeza y dudo de que se diera cuenta en aquel preciso instante de que su vida se esfumaba, y mucho menos de que comenzaba su inmortalidad como símbolo.

La providencia quiso que los dos jóvenes se cruzaran en el camino con distinto resultado para ambos, en el soleado páramo de la sierra cordobesa, en Cerro Muriano, a pocos kilómetros de la capital, en un cerrillo conocido por "El cerro la coja". Existen varias versiones de cómo sucedió el enfrentamiento con las tropas fascistas, unos cuentan que fueron sorprendidos y otros que fue el resultado de una irresponsable actitud. Federico y sus compañeros suben a la aldea de Cerro Muriano ese fatídico día, se despliegan por el terreno y ocupan trincheras. No se puede pensar en un ejército preparado y con experiencia, no, se trataba de un puñado de hombres jóvenes con escopeta en mano y ajenos a lo que realmente era el enfrentamiento directo. Cosa contraria ofrecía el bando fascista, compuesto en su mayoría por mercenarios de las guerras de África, curtidos en mil batallas y sin escrúpulos de ningún tipo.

Ese día el general Varela inicia una ofensiva sobre la sierra de Córdoba y los habitantes de Cerro Muriano huyen de sus hogares buscando un refugio más seguro. En la hora de la siesta, una columna fascista de mercenarios marroquíes al mando del coronel Sáenz de Buruaga avanza en silencio por el flanco izquierdo del frente y en esos momentos los milicianos de Alcoy reciben una visita inesperada. Al menos tres coches de periodistas llegaron aquella tarde a Cerro Muriano y en uno de ellos iba Robert Capa y su novia Gerda Taro, también fotógrafa de guerra

La tarde estaba tranquila y Capa aprovecha para captar algunas instantáneas, toma algunas fotografías de milicianos en las trincheras y en posiciones de combate. Robert le pide que posen para él y los milicianos se prestan en distintas posiciones. Parece ser que estas fingidas maniobras atraen a los enemigos y es cuando Federico Borrell cae abatido. Capa se esconde en la trinchera desde donde disparó su cámara y otro miliciano con bigote, del que se desconoce la identidad, se agacha y recoge a Taino, lo introduce en la trinchera para protegerlo y al volver a por su fusil también es alcanzado por el fuego enemigo y por la cámara de Capa un minuto más tarde, ya fallecido. Los dos murieron aquella tarde en el intervalo de varios segundos, se desconoce dónde pueden estar enterrados los cuerpos de los dos milicianos de Alcoy pero se cree que pudieran encontrarse en el cementerio de Villaharta, el pueblo más cercano, donde los enterraban en una fosa común. Robert Capa no era consciente de la importancia de la fotografía cuando sucedían aquellos acontecimientos, minutos fatídicos que en el futuro se convertirían en cotidianos para él, después de trabajar en tantas guerras, conflictos armados que conocimos mejor a través de su objetivo.

Su verdadero nombre era Ernest Andreii Friedmann y nació en Budapest, Hungría, el 22 de octubre de 1913. Su familia, judía, bien posicionada económica y socialmente, estaba compuesta de una madre diseñadora de modas y de un padre intelectual pensador con influencias democráticas. La depresión de 1929 hizo que la familia perdiera la casa y las circunstancias le obligaron a vagabundear por las calles en su adolescencia. En estas andanzas conocería a la mujer que más influyó en su dedicación a la fotografía, Eva Besnyo, es muy probable que si no hubiera sido por ella su dedicación habría sido otra muy diferente. Ella y su especial gusto por la fotografía motivaron en el joven Ernest el interés y primer contacto con este arte.

Cuando el fascismo invade Hungría abandona su país y se dirige a Alemania y París, después vendría la guerra de España, la invasión japonesa de China, la segunda guerra mundial viajando por Italia, Londres, el norte de África, el desembarco de Normandía, la liberación de París y su galardón, premiado por este conflicto con la Medalla de la Libertad. En 1947 creó junto a otros fotógrafos la agencia Magnun Photos, donde Robert Capa realizó un importante trabajo, con personajes del mundo artístico, la política... y en diferentes conflictos bélicos.

En 1954, en Japón, visitando a unos amigos antes de la guerra, le llamaron de la revista Life para cubrir a otro compañero fotógrafo en Vietnam, durante la Primera Guerra de Indochina. En la madrugada del 25 de mayo pisó una mina y murió, mientras acompañaba al ejército francés en una expedición por zona boscosa. Sin duda el mejor corresponsal gráfico de guerra que tuvo el siglo XX y autor de una frase que se hizo popular: "Si tus fotos no son lo suficientemente buenas es que no te has acercado lo suficiente".









http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/

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