sábado, 4 de octubre de 2008

Con Darío por Tierras Solares


No alcanzo a recordar cuándo descubrí la existencia de Rubén Darío, pero sí tengo claro que fue en la escuela primaria. Con ocho o diez años y en tercero o quinto curso de la enseñanza general básica, fue en un libro de lectura y entre otros poetas y escritores, curiosamente casi todos exiliados o represaliados de la guerra civil y del régimen franquista, pero el de este nicaragüense universal no era el caso. Sí recuerdo a Alberti, a León Felipe, Lorca, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez... Lord Byron, era junto a este poeta inglés y más representativo del romanticismo donde se situaba Darío, en la misma pagina o en la siguiente, no recuerdo con exactitud pero las dos fotografías estaban al alcance de la misma mirada, dos personajes exóticos, por casi todo. Por sus nombres y por la imagen que presentaba el libro de ellos, uno vestido con aires románticos, turbante y atuendos hindúes, se trataba de un cuadro al óleo de Thomas Philliphs de 1813.

El nicaragüense posaba vestido para la ocasión, de gala y con el uniforme de embajador de su país tal como se presentó oficialmente en Madrid, traje de terciopelo azul con los pectorales, puños de las mangas y bajos de la chaqueta corta adornados en oro, la espada envainada en su funda, los guantes blancos a la izquierda y con la derecha sujetaba el sombrero de cresta blanca. Para colmo y motivo de confusión el texto a pie de foto rezaba "El príncipe de las letras castellanas". No entendía aquel significado que yo atribuía, tanto al inglés como al nicaragüense, a las realezas de otros países. Esta confusión no fue duradera, pues, pasados los primeros días y adentrándome en su contenido poético comprendí todo el exotismo de la primera impresión.

La obra y vida de Rubén Darío ocupaba en mi conocimiento lo suficiente, la lectura de algunos textos suyos, su origen latinoamericano, su cargo diplomático en París, Madrid... las amistades con poetas y escritores españoles de la época... pero desconocía su papel periodístico, sus crónicas para el diario argentino La Nación. Fue hace varios meses, y casualmente, leyendo un suplemento literario del Diario Córdoba cuando me topé de faces con un interesantísimo articulo sobre Tierras Solares, de 1904. Este libro recoge crónicas de un viajero, de lo encontrado y vivido en su recorrido por algunas provincias y ciudades de España. Barcelona, Málaga, Granada, Sevilla, Algeciras, Gibraltar... y Córdoba. Esto llenó mi curiosidad y cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue encender este trasto cibernético en el que escribo y sentarme frente a él, buscar en Internet Tierras Solares y empaparme de su contenido.


Una grata sorpresa es lo que encontré, describía una ciudad como cualquiera puede imaginar a primeros del siglo XX, provinciana e inmersa en la decadencia, sin futuro esperanzador y con los mismos síntomas que envolvían al país, el hambre, la pobreza, la falta de empleo y la miseria asomando su cabeza por las esquinas. Pero fue tan elegante en su crónica que no refleja todo esto, sí se recrea en lo que significó en su tiempo esta ciudad abuela, como la llama al referirse a su historia y en comparación con la Córdoba argentina. Una ciudad miliunanochesca, de cuentos y leyendas, de romanos y musulmanes, de cultura esplendorosa y de calles angostas, torcidas; de nombres significativos para la historia, la literatura, y también para él. Séneca, Lucano, Ambrosio de Morales, Góngora... y Juan Valera, autor de "Pepita Jiménez", cuyas cartas a Rubén Darío en El Imparcial, donde también era crítico literario, consagraron definitivamente al poeta centroamericano. Curiosamente Juan Valera era natural de Cabra, el mismo pueblo donde nació el fundador de Nicaragua, Francisco Hernández (para la época era equivalente a Fernández) de Córdoba.

"Una modesta estación; un ómnibus que va mal que bien por la calle, sobre baches y fango". Así, con estas palabras comienza la crónica referente a Córdoba, pero continua: "Mal tiempo. He ahí mi primera impresión en la ilustre y secular Córdoba. En cambio, los verdes naranjos en los cercanos jardines, y flores a pesar del tiempo, me resarcieron del inicial desencanto. El hotel en que me hospedo da a la vía principal de la población, la alameda llamada del Gran Capitán, en memoria de aquel magnifico guerrero Don Gonzalo, cuya casa natal estuvo por este punto. Cuando la lluvia ha cesado y puedo salir, veo grupos de gente estacionados en la alameda, el eterno grupo de ciudad española que conversa y mata las horas".

¡Y yo sin saberlo! ¿Cuántas veces habré caminado por la misma alameda que él caminó en su día, cuántas veces habré puesto mis pies en el mismo paso que Rubén Darío lo hizo un siglo atrás, cuántas veces habré pisado las huellas de quien, según Neruda, enseñó a los hispanos parlantes a hablar bien?

He buscado viejas y rancias fotografías que conservo de la Córdoba que él visitó y me he recreado imaginando su elegante figura nicaragüense por las calles de mi ciudad, por la Mezquita, por entre el bosque de columnas que le impresionó, por entre el gentío que llenaba los cantaros de agua en la fuente del Patio de Los Naranjos de la Mezquita, cruzando el puente romano sobre el Guadalquivir... y sobre el escritorio de la habitación del hotel, escribiendo la crónica del día y del lugar entre trago y trago de alcohol.

La vez primera que pisé Nicaragua pude comprobar la importancia de este autor del modernismo en la poesía, nada más llegar al aeropuerto me llamó la atención dos grandes cuadros colgados frente a frente y en lugares preferentes dedicados a las dos figuras más representativas del país, Sandino y Rubén Darío, sin estos nombres no se puede entender la historia nicaragüense.

En el reencuentro con Darío, el día que descubrí Tierras Solares, surgió en mí una idea que pasados unos días puse en práctica, pero el devenir de la providencia, caprichosa, me guio por otros caminos y el resultado es el contenido de este blog, que si no sucede nada que lo impida lo adaptaré para publicarlo en libro. La idea primera era la de crear un libro de Córdoba, España, y Nicaragua, de lo que nos une, que es mucho más de lo que nos separa; de nuestras culturas, acontecimientos, colonizaciones sufridas, dictaduras en común, arte, política, gastronomía... dos mundos que no son tan dispares, aunque pueda aparentarlo. Pero mi impaciencia no permitió que comenzara el proyecto en estos días de octubre, que es cuando visitaré de nuevo Nicaragua, sino que dedicaré este tiempo a darle fin a las "50 Miradas Impacientes". De todas maneras siempre quedará otra oportunidad para plasmar por escrito lo que mi historia y la nicaragüense tienen en común.


Félix Rubén García Sarmiento Darío murió en León, Nicaragua, el 6 de febrero de 1916, en la misma ciudad que creció, pues nació en Metapa (hoy Ciudad Darío), Matagalpa, el 18 de enero de 1867. Aunque sus padres, primos hermanos, se casaron en la ciudad de León, al poco tiempo y estando Rosa Sarmiento embarazada de Rubén, se separaron por la afición de su padre al alcohol y a las prostitutas, ese fue el motivo por el que Darío nació ocasionalmente en Metapa. Mas tarde se reconciliarían e incluso nació otra hija del matrimonio, pero esta falleció a los pocos días de nacer. Se volvió a deteriorar la relación y definitivamente Rosa abandonó al marido para irse a vivir con una tía suya y su marido, Bernarda Sarmiento y el coronel Félix Ramírez, en la ciudad de León.

El motivo por el que cambió el primer apellido García por Darío no es otro por como era conocida la familia de siempre en su ciudad, los Darío. Fueron sus tíos a los que tomó como a sus propios padres, pues con su madre, que residía en Honduras, tuvo poco contacto y a su padre lo llamaba tío Manuel. Su biografía pone al descubierto su alcoholismo, causa por la que cayó gravemente enfermo y murió, pero antes dejó una vida llena de inquietudes y unos textos para el disfrute de cualquier lector que le llevó a conocerlo por el "Príncipe de las letras castellanas y padre del modernismo".

Como apunte especial reseñaré el acontecimiento que tuvo en México en 1910, viajó como miembro de una delegación para conmemorar el centenario del nacimiento del país azteca. Pero el gobierno nicaragüense cambió mientras realizaba el viaje y el dictador mexicano, Porfirio Díaz, se negó a recibirlo. Esta actitud es probablemente influenciada por los Estados Unidos que no lo veía con buenos ojos debido a sus poemas, "A Roosevelt" y "Salutación del optimista" en los que enaltece el carácter hispano frente a la amenaza del imperialismo estadounidense. Sin embargo, Darío fue recibido triunfalmente por el pueblo mexicano que se manifestó en favor del poeta y en contra de su gobierno. En su autobiografía, Darío relaciona estas protestas con la Revolución Mexicana, poco antes de producirse.




http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/

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