viernes, 7 de enero de 2011

Dioses crueles o la violencia genética


Será por mi fascinación y la atracción que siento hacia los pueblos indígenas y sus culturas, especialmente las mesoamericanas, que entre mis películas predilectas o favoritas está "Apocalipto", del director Mel Gibson. No les puedo asegurar el número de veces que la habré visto, su fotografía y ambientación es fantástica. Está grabada en náhuatl, una lengua que no entiendo, pero que lejos de resultar incomprensible, al contrario, la hace más real y realza su contenido.

Ya sé que a muchos mexicanos no les agradó en demasía tanta crueldad y violencia contenida relacionada con su historia ameríndia o prehispánica, la prueba estuvo en las protestas que se originaron en su día por parte de muchos colectivos de la sociedad mexicana, cuando se presentó la cinta cinematográfica hace algunos años, pero lo cierto es que, estando en acuerdo o desacuerdo con la manera en que planteó la historia el director, nadie sabemos hasta qué punto fue de cruel en la realidad, lo único que conocemos es que parte de esa realidad existió.

Los dioses son crueles, al menos así lo entendieron a lo largo de la historia muchos de sus ministros o sacerdotes que los representaron. Como castigos o sacrificios, para lo bueno y para lo malo la violencia ha ido de la mano de las religiones en muchos pasajes históricos. En la mitología mesoamericana, y en muchas de sus culturas, han existido los sacrificios humanos como una manera de contentar a sus dioses, como una forma extrema de conseguir su gracia. Nada hay de más valor que la propia vida para presentar como ofrenda o como especie canjeable para conseguir la generosidad suprema.

Quetzalcóatl es el nombre que dieron los pueblos hablantes del náhuatl al ser supremo,"Serpiente emplumada". Este dios supremo de apariencia occidental, de piel blanca, barbudo y pelirrojo, en realidad representa una dualidad, el negro y el blanco, lo bueno y lo malo, lo pacífico y lo violento. Esta dualidad tiene otro nombre, Tezcatlipoca, "Espejo negro que humea". Quetzalcóatl ha representado al ser supremo para muchas de las culturas mesoamericanas, para unos como su hermano y para otros otro hombre. Para los olmecas, toltecas, los quiché como Gukumatz, los mayas como kukulcán y por último para los aztecas. La historia cuenta que Quetzalcóatl era venerado por su pueblo, por su pureza y honradez, y que Tezcatlipoca se le apareció un día disfrazado de viejo y le ofreció el brebaje de la inmortalidad, pero que en realidad era una bebida enloquecedora que le hizo perder su pureza. Cuando a la mañana siguiente se despertó, y comprobó que su pureza la había perdido en la borrachera que le ocasionó el brebaje, se marchó prediciendo que un día regresaría.


Tezcatlipoca ocupó su puesto y el pueblo lo eligió como deidad preferida, que al contrario de su dualidad exigía ofrendas humanas, por lo que la violencia y los sacrificios sucedieron a las ofrendas más tolerantes y pacíficas. Los dioses se volvieron más violentos y por sus exigencias la sociedad también, que se fue expandiendo por Mesoamérica a la vez que los nahuas iban conquistando y sometiendo a otros pueblos. Esa realidad es la que Mel Gibson refleja en su película, que termina con la llegada de los conquistadores españoles al mando de Hernán Cortés, quien fue confundido por Moctezuma con el mismísimo Quetzalcóatl.

En cierto modo no se confundió Moctezuma, era el dios representado en otro hombre parecido en apariencia a Quetzalcóatl, de piel blanca, barbudo y pelirrojo, pero con la diferencia de que en el fondo con quien compartía afinidad era con Tezcatlipoca. Un dios que también exigía sacrificios humanos y que permitía la antropofagia, con el simbolismo de la sangre y el cuerpo de Cristo. La afinidad y el genoma violento de los dioses era compartida, porque si crueles eran unos con sus sacrificios también los eran los otros con sus castigos que la santa inquisición exigía para contentar a Dios.

El transcurrir de los tiempos ha dejado a Tezcatlipoca con pocos adoradores, pero no así con sus ofrendas, que de manera diferente regresan en forma de rituales violentos relacionados con la muerte. La sincretización religiosa entre los mexicanos se ha diversificado en creencias más a las exigencias de Tezcatlipoca que a la de Quetzalcóatl. La fe se ha mezclado con la violencia y con la muerte hasta el punto de relacionarse narcotráfico con divinidades, y más al estilo politeísta prehispánico que al monoteísta católico.

Está claro que las deidades al estilo de "Espejo negro que humea", se sienten cómodos en el contexto del narcotráfico y la violencia que vive en la actualidad México, donde parece que vuelve a renacer la historia, o el regreso de Tezcatlipoca, porque al igual que entonces, la cultura de la violencia se va extendiendo hacia el sur, hacia Mesoamérica o Centroamérica, donde países como Guatemala, El Salvador, Honduras y en menor medida Nicaragua, están sufriendo el acoso del narcotráfico, que va unido de la extorsión y la crueldad. Una expansión cultural que rinde culto a la muerte y que cuyo hilo conductor u ofrenda más significativa es la violencia.

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