viernes, 24 de diciembre de 2010

Sonrisas que alegran el alma (por Navidad)


-¡No me gusta la navidad! Me provoca tristeza tanta obligación a sentirme feliz.
-Entiendo tu estado de ánimo. A mí me ocurrió igual, sentí la misma sensación el día que me enteré de que la lucha libre era ficticia.

Estas frases son parte de la conversación que mantenían "Rafaelillo" y "Manolo el Mellao", este mediodía en la taberna "Los Mosquitos", cuando fui a tomar un aperitivo y a saludar a mi amigo Juan. Es 24 de diciembre y en esta fecha todo está impregnado de navidad, felicitaciones, invitaciones de amigos, regalos, reuniones de las familias, prisas y estrés por que nada quede en el olvido para la cena de Noche Buena. Todo lo que no corresponda a la celebración navideña queda exento de protagonismo en este día.

Rafaelillo está cerca de jubilarse, es platero, como le llamamos en mi ciudad a los que se dedican al oficio de la joyería, y no tiene familia, al menos ningún pariente cercano con quien guarde relación. Manolo es casi una década más joven y, al contrario que Rafaelillo, su familia es numerosa. El apodo de "el Mellao" le viene de joven, de cuando practicaba el boxeo. Disputó dos combates cuando comenzaba y en ambos le sacudieron de lo lindo, en cada uno de ellos perdió un diente y ese fue el detonante que le animó a colgar los guantes para siempre.

A mí, personalmente, tampoco me gustan las fiestas navideñas. En cierto modo me provocan rechazo, y al igual que a Rafaelillo me hacen sentir triste, no porque carezca de familia con quien compartirla, por suerte, aunque no muy extensa, sí tengo familia con quien compartir lo bueno y lo malo que me sucede. Nos vemos casi a diario y no necesitamos de una fecha especial para reunirnos todos.

Hace ya mucho tiempo que la Navidad me decepciona, ya no creo en ese falso mensaje de paz, amor y hermandad entre los seres humanos, ha pasado a formar parte de las utopías que acepto como imposibles. El espíritu navideño nunca va más allá de la sensibilidad que provoca ese empuje que quiere convertirse en revolución humanitaria y nunca pasa de ser un mero intento fallido. Un espíritu que no dura más de lo que se tarda en recoger todos los adornos luminosos, guirnaldas y bolas brillantes, para guardarlos y desempolvarlos al año siguiente.

La Navidad se ha transformado en el ejemplo más cruel del desenfrenado consumismo, nada son estas fiestas sin sus iconos publicitarios que cada año se visten de rojo con barbas y melena blanca, con o sin renos, con o sin trineo. Lejanos quedan aquellos tiempos en los que las fiestas se limitaban a la cena del día 24 y el 25 siguiente, no como en la actualidad, que cada año aparecen los adornos que las anuncian con más días de antelación, y es por noviembre cuando comienzan a vestirse los escaparates de confetis y símbolos navideños, marcados en los cristales con spray de nieve artificial.

Lo cierto es que, sin poder remediarlo y por momentos, uno se contagia de esa falsa y obligada felicidad, aunque nada tienen que ver con aquellos sentimientos que me invadían en la infancia. Eran otros tiempos y otras circunstancias, era otra visión más pura del mundo, como la que pueda tener cualquier niño de hoy. En el contexto navideño de mi niñez no cabían los anuncios publicitarios, no existían ni medios para difundirlos, salvo la radio, ni dinero para adquirirlos, y, por supuesto, no guardaba relación alguna con los Reyes Magos y sus regalos. La navidad de mi infancia era pobre en regalos y juguetes y rica en imaginación y espíritu colectivo. Las calles del pueblo olian a dulces caseros elaborados en cada casa, a pestiños, mantecados, alfajores, roscos fritos, roscos de vino... A matalauva y a canela, a aguardiente de anís dulce y a bracero de picón que ardía bajo la mesa camilla de cada hogar para calentar el frío del invierno.

Los grupos de niños y mayores se armaban de instrumentos musicales improvisados y a ritmo de villancicos visitaban cada hogar, pidiendo el aguinaldo, que no consistía en otra cosa que en una copita de anís para los mayores o un dulce navideño para los niños. Carracas, zambombas, panderetas, almireces, platillos... Rudimentarias orquestas con voces angelicales que se escuchaban como un eco por cada rincón del pueblo. No recuerdo cenas de Noche Buena más especiales de lo normal, recuerdo el ambiente creado alrededor de aquella fecha y los cuentos que mi abuela nos contaba en la mañana de Navidad, cuando corríamos todos al despertar, mis primos y yo, a meternos con ella en su cama.

Pero en realidad, la tristeza que me provoca la Navidad nada tiene que ver con el desencanto de una niñez lejana y perdida, más bien por lo que supone esta celebración en muchos hogares pobres, y por muchas personas que ni siquiera tienen un hogar que los acoja en esta noche tan significativa, o que se encuentren en soledad, sin familia con quien compartirla, como le ocurre a Rafaelillo y a tantas otras personas en el mundo, enfermos, ancianos, emigrantes y otros colectivos que sufren o son desgraciados por unas u otras causas.

Supongo que, como a mí, a todos los adultos nos resultará estas celebraciones como un obligado ejercicio para renovar ese espíritu de generosidad y altruismo, no como una fecha que genere ilusión, sino tristeza por los muchos que no pueden optar a ese derecho de ser felices aunque sea por una sola noche.

En el fondo de la festividad es la infancia, los niños, los que realmente absorben la pureza de esta celebración, al menos es a ellos a quien más les deja impronta, un significado que les marcará para toda la vida, incluso hasta después de desencantados y aceptar a la Navidad como otra más de las utopías imposibles. Por este motivo es por los que quiero desearles felices fiestas a los niños, especialmente a los que padecen enfermedades y que a pesar de sus estados de salud nos regalan cada día sus sonrisas para alegrarnos el alma, sonrisas que tienen más valor que la propia Navidad.

Mis felicitaciones a todos los niños del Hospital Infantil de La Mascota, de Managua, y a la asociación MAPANICA (Madres y Padres de Niños con Leucemia y Cáncer en Nicaragua). ¡Feliz Navidad!

1 comentario:

  1. hermoso ser preocupado, el antonio, el gran cordobés. que disfrutes tus fiestas en tranquilidad y calor familiar. cuídate.

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