sábado, 10 de julio de 2010

En negro y sepia


Llevaba más de treinta horas seguidas de viaje y había pasado por cuatro aeropuertos distintos, de tres países diferentes, cuando por fin pisé tierra pinolera por primera vez. El cansancio de tanto trajín de estaciones de tren, de aviones y puertas de embarque, de horas de espera, de idas y venidas por pasillos interminables en aeropuertos que, como laberintos de diseño, se abrían a un lado y a otro con direcciones en distintos idiomas y con la mezcolanza de razas diferentes que daban colorido a tanto dinamismo, no había conseguido hacer mella en mi organismo que, inmune, se dejaba llevar por la vorágine e inercia del trayecto de Córdoba a Managua.

Sin embargo, a pesar de tanto ajetreo y cansancio, nunca me arrepentí de haber iniciado mi primer viaje a Nicaragua. Hubo momentos de decaimiento, en los que llegué a pensar si valdría la pena haber puesto mis ojos en el mapa de la patria de Sandino, ya lo comprobaría, lo que sí conservaba intacta era la esperanza de que así fuera, de que no me arrepentiría de no haber escogido otro destino turístico. El trayecto escala de Miami a Managua ya me dejó ver que en aquel país exótico, hasta entonces para mi, encontraría un calor humano digno de reseñar. La compañera de viaje que me tocó en suerte fue un nica que regresaba a su país, después de algún tiempo, lo deduje cuando al mirar por la ventanilla y ver la ciudad capitalina iluminada en la tarde noche exclamó: ¡Dios mío, que grande se hizo Managua! Las dos horas en compañía de aquella nicaragüense fueron las más amenas de todo el recorrido, me dio su tarjeta de visita y se ofreció a ayudarme por si la necesitaba ante cualquier problema que me surgiera, sabedora de que en Nicaragua sólo conocía a dos personas, en León y Managua. No llegué a necesitar de su ayuda pero aún conservo con agradecimiento la tarjeta de visita del ofrecimiento desinteresado de aquella señora.

La lluvia caía suave en la terminal del Augusto C. Sandino y la cálida temperatura ambiental me traía a la memoria las noches de agosto de mi infancia cordobesa. Buen comienzo, buen presagio, ya comenzaba a sentirme como en casa. Mi amigo nicaragüense tampoco faltó a la cita y allí estaba, estoicamente aguantando el leve retraso del vuelo. Tras los cristales le vi levantar los brazos tratando de llamar mi atención y hacia su encuentro me dirigí. Desde aquel mismo momento se convirtió en el mejor cicerone que se puede desear. Nos subimos a su vehículo y fuimos directos al hotel que ya había reservado con antelación algún tiempo atrás. Soltamos las maletas y me invitó a cenar en un restaurante cercano.

A la salida del restaurante quiso enseñarme la ciudad en un paseo rápido, por las vías principales del centro y sus lugares emblemáticos, pero tengo que reconocer que de nada me sirvió, de noche todo es diferente y a la mañana siguiente estaba como al principio. Sólo me quedó un detalle, al pasar junto a la "Ciudadela Nemagón" me puso al corriente que se trataba de una acampada protesta, por el problema químico que ha causado tantas desgracias a los trabajadores nicaragüenses que utilizaron el nefasto pesticida. Automáticamente lo relacioné con otra acampada protesta que sucedía por las mismas fechas en Madrid, en el Paseo de la Castellana. En el mismísimo centro de la capital española, los trabajadores de la empresa Sintel levantaban sus tiendas de cartón y plásticos, instalándose a vivir allí hasta que tiempo después se resolvieron sus problemas.

No pasó lo mismo con los compañeros y trabajadores nicaragüenses, que fueron utilizados durante décadas por unos y por otros. Por las multinacionales americanas de la industria química, que provocaron sus problemas de salud e incluso la muerte para muchos de ellos y para sus hijos, que nacieron con malformaciones y enfermedades incurables. Desde que a mediados del siglo pasado los laboratorios Dow Chemical Company y Shell Chemical Company crearon el DBCP, conocido comercialmente como Nemagón, no han dejado de luchar contra los causantes de sus males, en forma de cánceres, deficiencias mentales, malformaciones genéticas, esterilidad y dolores por todo el cuerpo, entre otras dolencias.

Standard Fruit Company, en 1969, fue la primera compañía en consumir el Nemagón en sus plantaciones bananeras, sin indicaciones o etiquetas que advirtieran de la peligrosidad del producto químico. Con los años el producto se fue extendiendo y aplicándose en otros países como Honduras, Costa Rica, Panamá, Ecuador, Estados Unidos, Israel, Guatemala, Dominica, Santa Lucía, San Vicente, Burkina Faso, Costa de Marfil, España, Filipinas y otros países. No fue hasta 1975 cuando la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), determinó que el DBCP se trataba de un posible agente cancerigeno. Tras años de lucha, los trabajadores nicaragüenses consiguen que la justicia dicte la primera sentencia en diciembre del 2002, las multinacionales Dow Chemical, Shell Oil Company y Dole Food Company deben abonar 490 millones de dólares a cerca de 600 trabajadores de los 5.000 que han presentado demanda. No obstante, de nada sirvió la sentencia, las empresas la han eludido tachándola de ley inconstitucional, al tiempo que acusaron a la justicia nicaragüense de corrupta. Aún así, esta sentencia nicaragüense recorre el canal legal necesario hasta los Estados Unidos. Sin embargo, en 2003 no es admitida por la jueza Nora M. Manella, de la Corte del Distrito Central de California, alegando defectos de forma porque la Dole Food Company no fue demandada correctamente, ya que técnicamente no existe al denominarse en Estados Unidos Dole Food Company Inc. y no Corporation.

Desde entonces la batalla legal continúa abierta. El 31 de enero del 2004, cerca de 5.000 trabajadores arrancan su tercera gran marcha a pie y comienza la acampada de los afectados en condiciones lamentables frente a la Asamblea Nacional de Nicaragua. Se anuncian huelgas de hambre, la enfermedad, el cansancio y hasta la muerte, hace que algunos abandonen las protestas. La embajada norteamericana deniega los visados a numerosos trabajadores que tenían que ir a declarar en el juicio abierto en los Estados Unidos y la situación se denuncia el 13 de abril ante la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Bruselas, todo ante el abandono gubernamental.

La ciudadela Nemagón fue un símbolo de dignidad y resistencia cívica en Nicaragua, formándose una ola de solidaridad enorme con ellos, dentro y fuera del país, artistas, deportistas, intelectuales, grupos religiosos, empresarios, sociedad civil, estudiantes, médicos, políticos... Lo cierto es que el tiempo pasa y su causa continúa sin resolverse. Cuando Daniel Ortega llegó al poder lo hizo enarbolando su bandera, sin embargo, lo único que han conseguido los afectados es que también él se aproveche de ellos, utilizándolos como rezadores en las rotondas capitalinas hondeando la bandera del Frente Sandinista, prometiéndoles un sueldo que nunca llegó, e incluso llegaron a revelarse contra el tirano dictador Ortega por sus promesas incumplidas. Hace unos días leí en el Nuevo Diario que las champas de la ciudadela Nemagón han sido arrasadas, con la promesa de preparar el terreno para construirles 400 casas gratis para otras tantas familias de afectados. Les diré lo que pienso al respecto, me agarro al refrán español que dice: "Piensa mal y acertarás". Mi intuición me dice que se trata de otra nueva maniobra de engaño contra estas víctimas que, como su causa, se visten de negro y sepia, como el color del plástico y el cartón de sus champas, y como el aire que envuelve su añejo retrato de protesta.

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