domingo, 18 de julio de 2010

El orgullo arcoíris


La conquista de los derechos civiles nunca fue un tema fácil, al contrario, supuso mucho esfuerzo, sangre y dolor hasta conseguirlos. Curiosamente, el color de la piel y el sexo han sido los caballos de batalla que más han abanderado los radicalismos que han perseguido a quienes pertenecían a una raza distinta a la establecida en el poder y a los que optaban por otra opción sexual diferente a la marcada por esas normas dictatoriales que las religiones señalaron continuamente como aberración, el germen maligno que ha azotado a la sociedad desde su existencia, quizás desde la propia del ser humano.

No voy a hacer de este escrito un recorrido histórico de lo que la homosexualidad ha significado en otras culturas, como la griega o la romana, entre otras, me limitaré a la actualidad y a los tiempos que vivimos, porque lo que sí está claro es que de aquellos polvos, el pasado, sufrimos estos lodos, el presente. El futuro es incierto, por lo tanto dediquémonos a lo que nos atañe, la realidad y los derechos a la igualdad social.

La justicia, la religión y el poder siempre fueron de la mano, las leyes siempre se dijo que eran normas impuestas por los ricos para defenderse y para castigar a los pobres; en las religiones pasa tres cuartas de lo mismo y, aunque se apoyan en la imagen de los débiles, son los poderosos los que disfrutan de todos los privilegios divinos, mientras que los pecadores somos los humanos que sólo disponemos de nuestra dignidad y la fe puesta en la esperanza por un mundo más justo, apoyados siempre en el que se supone rige con la equidad, el dios todo poderoso.

La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, dijo hace varios días, cuando se legalizó el matrimonio homosexual, que esta conquista social era similar a la del derecho al voto democrático de la mujer. Tengo que dejar bien claro que no siempre estoy de acuerdo con su manera de gobernar y con sus declaraciones, no obstante, en esta ocasión sí comparto sus palabras. El derecho social que las mujeres merecen en igualdad con los hombres fue una empresa difícil hasta poder equipararse al sexo masculino, y aún hoy existen muchos países donde las mujeres continúan siendo un cero a la izquierda, donde ser mujer es un castigo divino impuesto por las religiones que las sostuvieron varios escalafones por debajo que al hombre. La mayoría de las religiones en la actualidad continúan desvalorando al sexo femenino hasta el punto de negarle cualquier protagonismo, especialmente en las tres monoteístas más importantes que profesan la mayoría de los seres humanos de este planeta.

Precisamente, esta mañana, escuchaba en la radio la historia con detalles de Sakineh Mohammadi Ashtiani, la mujer iraní que el gobierno de Irán culpa de adulterio. La presión internacional ha conseguido que se paralice esa inhumana y monstruosa ejecución a pedradas, la lapidación. Sin embargo, todo parece indicar que la ejecución sólo ha sido aplazada, y que seguramente se llevará a cabo. La radio esta mañana decía que los dos hijos de la viuda habían hecho pública una carta pidiendo el regreso de su madre. Sakineh fue violada por el asesino de su marido, pero fue antes del asesinato, por lo que la justicia iraní opina que durante la violación aún estaba casada, por lo tanto cometió adulterio, aunque fuese obligada, forzada. Uno no sabe cómo reaccionar ante esta injusticia y no puede pensar nada más que en maldad por parte de la justicia islámica de ese país. ¿Cómo es posible que la víctima sea la culpable?

Volviendo al tema principal, el de los derechos civiles y sociales de los homosexuales, dejaré bien claro mi apoyo a este colectivo, que debe tener derecho a todos cuantos tenemos el resto de ciudadanos. Una opción sexual no es causa para ser ciudadano de segunda fila. El matrimonio entre parejas del mismo sexo no es un problema para los ajenos a esa unión. Es cuestión de respeto hacia los demás, que merecen ser respetados por sus decisiones entre personas responsables y mayores de edad en plenas facultades. No se puede catalogar como aberración, como intenta la iglesia católica, que siempre estuvo en contra, en contra de sus intereses, que son los de influir en la vida de todos los ciudadanos, creyentes o no. A la iglesia sólo le interesa lo establecido porque de ello vive, de las miserias de los seres humanos, de sus desgracias, de sus enfermedades, de sus necesidades, de la muerte y del infortunio. Prefieren luchar contra la adopción dentro del matrimonio del mismo sexo mientras que permiten que se mueran de sida los niños en el mundo, por negarle a sus padres el uso del condón o profilácticos en la prevención. Estas contradicciones dejan bien a las claras la naturaleza carroñera de estos inhumanos religiosos que andan dando latigazos, o apedreando a los inocentes, mientras que sus maldades contra los más débiles en todo el mundo ni siquiera les ruboriza.

Argentina se ha convertido en el décimo país del mundo en reconocer los derechos civiles de este colectivo y el primero en Latinoamérica. Habían pasado las cuatro de la madrugada cuando el Senado autorizó la ley sobre el matrimonio homosexual, tras un debate ininterrumpido de 15 horas. De esta manera la sociedad argentina se suma a la de Holanda, Bélgica, España, Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal e Islandia, donde la presidenta del país se casó recientemente con su compañera, en reconocer el matrimonio homosexual. También en Estados Unidos se reconoce este derecho en diferentes distritos, como en Massachusetts, Connecticut, Iowa, Vermont, New Hampshire y Washington D.C.; de igual manera en algunas ciudades como la capital de México. En cambio y reconocidas como uniones civiles entre personas del mismo sexo, lo son por la legislación colombiana y la uruguaya, país que además autoriza la adopción; últimamente también se ha aceptado este tipo de enlaces en el Estado Río Grande do Sul en Brasil y en Coahuila, México.

Sin embargo, los derechos de los homosexuales en todo el mundo aún están por conquistar. Son muchos países todavía los que castigan con pena de muerte, no sólo la unión entre las personas del mismo sexo, si no que el simple hecho de consumar una relación es sinónimo de pena de muerte. Otros países, como Malawi, mantienen en su legislación castigos severos y crueles contra este colectivo. En diciembre del año pasado, Amnistía Internacional circulaba una noticia que revelaba la condena de una pareja a 14 años de trabajos forzados por "ultraje contra la moral pública". Esta "pareja inmoral" había cometido el aberrante delito de haber celebrado una ceremonia de compromiso en el municipio de Chirimba, en Blantyre, el 28 de diciembre del 2009. Steven Monjeza y Tiwonge Chimbalanga fueron detenidos por la policía y encarcelados, después de haberlos sometido a torturas, malos tratos y vejaciones. En esta oportunidad también fue la presión internacional la que obligó a poner en libertad y sin condiciones a esta pareja de homosexuales que sólo pretendía unirse en matrimonio y compartir sus vidas.

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