sábado, 29 de mayo de 2010

Nanas del penal


No cabe duda que las palabras tienen la capacidad de atraparnos el corazón, pero también es verdad que algunas imágenes son capaces de arrebatarnos el alma. Es lo que me ocurrió a mí, y supongo que a algunos más que yo, hace varios días mientras veía las noticias en televisión. Uno trata de luchar contra todo lo que le afecta o nos deja noqueados, con la sana intención de no caer en la irremediable depresión que supone tanta impotencia como producen algunos hechos, demasiados, que ocurren en el mundo. No es porque quiera pasar de largo sobre el asunto e ignorar la crueldad o injusticia evidente, más bien supone una actitud para protegerme con la coraza que proporciona la templanza, sabiendo que poco puede hacer uno frente a los hechos si no es otra cosa que unir su apoyo a la lucha por estas causas perdidas, y para que el efecto producido no me arrastre hasta el irraciocinio.

No se trataba de nada nuevo ni desconocido, más bien de asuntos pendientes que tenemos la humanidad y que son tantos acumulados que, como tramites burocráticos, se van llenando de polvo sobre los estantes que los mantienen en espera, hasta mejor oportunidad y pendiente de solución en una vida más justa. Como digo, las imágenes helaban el alma y por más que se trata de volverse inmune ante lo reflejado uno no puede esquivarlo, es demasiado tarde cuando la retina ya ha hecho suya la escena que nos muestra el aparato receptor. Las desgracias e injusticias contra el ser humano son las causas más impactantes, dolorosas, y aunque muchos nos quejamos de un exceso de morbosidad, en cierto modo, nunca es suficiente si lo que se trata es de que no pase desapercibido el asunto en cuestión, porque dependiendo del impacto causado tardará más o menos en pasar al olvido.

Las imágenes mostraban a los niños recluidos en las cárceles de Bolivia, menores de edad que aún no tuvieron el tiempo de vida suficiente para delinquir o saltarse las normas de convivencia que nos pueden arrebatar la libertad en caso de no respetarlas, si no porque su corta edad y la falta de familiares en el exterior, que se puedan hacer cargo de su cuidado y necesidades, les obliga a compartir condena junto a sus progenitores. Si ya es duro sobrevivir un ser humano mayor de edad en las circunstancias inhumanas que ofrecen esas cárceles de casi todos los países subdesarrollados, e incluso emergentes, sin servicios sanitarios e higiene y sin oportunidades educativas o de reinserción que les ofrezcan la posibilidad de cambiar el rumbo en sus vidas para poder disfrutar de una oportunidad e integrarse de nuevo en la sociedad, imagínense para un menor que no ha visto de la vida más que lo que entre rejas ésta le muestra, desgraciadamente nada bueno para su formación, su educación y valores que le guiarán en el futuro.

Sin embargo, no se trata sólo de las razones de educación y formación, también de seguridad, ya que esos penales no ofrecen ningún tipo de garantía en ninguno de los sentidos, la peor calaña de la sociedad ronda cada día por entre sus juegos e infancias vacías de maldad. En las principales cárceles de La Paz (Miraflores, Obrajes y San Pedro), y según Rielma Mencias, representante de la Defensoría del Pueblo, existen unos 706 menores de seis años, de los cuales 205 asisten a las guarderías, y 351 mayores de siete, son los que viven con sus progenitores en los presidios, 579 son niños y 478 niñas. La ley boliviana permite a los hijos de los reclusos estar con sus madres y padres hasta los seis años de edad, sin embargo, las autoridades reconocen la flexibilidad que ofrecen en cumplirla por falta de alternativas para el menor, al no contar con familiares que se responsabilicen de ellos en la calle.

Pero una vez que la noticia impacta, el interés amplía la vista hacia otras zonas, tratando de conocer más allá de la problemática que acusa a estos menores en Bolivia y, desgraciadamente, se puede comprobar que es un problema que se extiende por casi todo el mundo. Como ejemplo me servirá Argentina para exponer algunas de las condiciones en las que las madres se tienen que enfrentar a las necesidades que sus hijos demandan. En el caso de este país del cono sur la ley sólo permite a las madres mantener a sus hijos dentro de la prisión hasta los cuatro años de edad y siempre que hayan nacido en reclusión. El artículo 143 de la ley nacional de ejecución de las penas privativas de libertad, establece expresamente que los reclusos y reclusas gozan del derecho a la salud, sin embargo, las carencias existentes de, en este caso las internas en centros penitenciarios, sus derechos respecto a este apartado ponen en tela de juicio la legitimidad por falta de cumplimiento. Para algunos no dejarán de ser meros delincuentes pero para todos no podemos olvidar que se trata de personas.

Las madres de las cárceles argentinas no pueden disfrutar del derecho que las leyes le benefician en salud, no cuentan con esos servicios mínimos que se suponen deben ofrecer los centros penitenciarios. Pero para no perderme por otros derroteros, iré al centro de la cuestión que nos atrae. En lo relativo a las embarazadas, no tienen atención alimentaria y solo le dan un kilo de leche en polvo los viernes, en sus dietas no entran ni yogurt ni otros productos lácteos, aunque lo establece el artículo 65 de la ley 24660, "la alimentación del interno estará a cargo de la administración, será adecuada a sus necesidades y sustentada en criterios higiénicos-dietéticos". Los niños tampoco poseen atención pediátrica, ni lúdica, y rara vez entra un juguete del exterior para que puedan jugar. No les entregan pañales y tienen que ingeniárselas para comprarlos con su peculio, al igual que los lácteos y sus derivados.

En los casos en que los niños padecen desnutrición, comprobados por los profesionales de la salud, no le dan la comida adecuada que necesitan si no que continúan con la misma dieta y sin poner reparo en el desajuste alimenticio del menor. Son normas internacionales y fundamentales en la defensa del menor (Art. 75 inc. 22 "Convención sobre los Derechos del Niño").
Los niños tampoco disponen de espacios específicos donde puedan desarrollar sus juegos alejados de los reclusos que comparten el mismo espacio plural.
Y respecto a la higiene, tres cuartas partes de lo mismo, es difícil imaginar toallitas íntimas, jabones, champú, o cualquier otro elemento relacionado con la higiene, vinculado con el derecho a la salud. El artículo 18 de la Constitución Nacional también dice que: "Las cárceles serán sanas y limpias, no para castigo si no para seguridad de los presos que habitan en ella". Precisamente todo lo contrario a lo que encuentran estos menores inocentes que nacieron con el añadido de tener que escuchar las nanas de sus madres en el penal.

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