jueves, 26 de febrero de 2009

Hombre sencillo historia honorable


Apenas hace unas semanas que dí por terminada mi aventura en temas nicaragüenses, exclusivamente, y con este fin también comencé una nueva etapa aún todavía por definir. No por eso dejaré de escribir mis reflexiones o razonamientos a temas dispares, por supuesto que todos dentro de la misma línea que acostumbro, aunque al igual que al principio, al comienzo del blog, de Miradas Impacientes, los temas serán globalizados y, por qué no, de igual modo también personales y más cercanos. Lo que sí adelantaré a mis lectores, y a los curiosos que de vez en cuando pasean por este espacio literario, que las entradas de mis artículos lo harán casi semanalmente, no como hasta ahora, en determinadas fechas, que fueron casi a diario. Trataré de compaginar el contenido de este blog con la creación de mi última novela que anda a medio hilvanar. Son dos libros lo que hasta ahora ha dado de sí "El Mirador Impaciente", todos los escritos que anteceden a éste y que, del mismo modo que pueden leerlos en el blog, también pueden adquirirlos impresos en papel, en el enlace "mis libros publicados", a la izquierda de estas líneas.
Son muchos los temas que me atraen y que quisiera reflexionar con ustedes, pero no es fácil escoger, los acontecimientos sociales que a diario nos llaman la atención no son pocos y en ocasiones nos sitúan ante la duda, a veces por no querer que pasen de actualidad y otras por ser tan actuales que es preferible dejar unos días que el tema en cuestión se digiera y a toro pasado analizarlo con un razonamiento más calmado y en frío, para que la presión pública no me arrastre con deducciones contagiosas. No obstante mis artículos no siempre surgen de la actualidad, más bien diría todo lo contrario, las noticias recientes se encuentran en cualquier espacio informativo y en cambio lo pasado u olvidado siempre tiene algo de exclusividad momentánea con el recobrado protagonismo. Así que mientras decido hacia donde irán dirigidas las nuevas miradas haré una reflexión hacia algunos acontecimientos que no pasan desapercibidos ni ajenos a mi curiosidad y atención. No es un tema concreto el que ocupa mi interés, éste va dirigido en distintos puntos a la vez, pero todos unidos por el mismo condicionante, "la libertad del individuo". Trataré de redactarlo en dos partes, la primera será más personal, vivencias cercanas, para en la segunda parte desarrollar mis puntos de vista sobre los temas en cuestión.

Les voy a contar una historia, de un hombre sencillo, de un hombre honorable, porque lo que sí está claro es que nada tiene mayor honorabilidad que los ciudadanos sencillos, casi anónimos, que pasan por esta vida de puntillas pero soportando todo el peso de la humanidad, con sus acciones y determinaciones que son el paso primero para las generaciones venideras, para las libertades individuales, que al contrario de lo que debería ser, nos desgastamos la vida entera luchando por lo que se supone es un derecho adquirido en el nacimiento, la libertad y el derecho a elegir, de lo que nos conviene o apetece. Sin embargo, lejos de todo esto, nos pasamos toda la existencia luchando por recuperar esos derechos propios, derechos robados por los que piensan de distinta manera y que nos obligan a elegir en asuntos tan personales como son la religión, el sexo, o el derecho a decidir libremente cuando y como nos apetece morir. Estos temas que apunto y que son base de este razonamiento, no es nada nuevo para quien me conoce y lee, pero en esta ocasión les mostraré cuales y por qué son los cimientos que apuntalan mi pensamiento, desde el respeto al que lo hace de distinta manera.
Para comprender mi manera de pensar no hay mejor forma que la de buscar en mis raíces, de las que he alimentado y creado mi propio yo. Mucha culpa la tienen mis progenitores, los que me enseñaron y me educaron, para bien o para mal, de lo que me siento orgulloso y agradecido, por inculcarme valores que, creo, son honorables. Antonio Torres, mi padre, fue un hombre sencillo, noble y con una integridad a prueba de cañón, que sin duda disfrutó de la libertad que el creyó merecía y no subestimó nunca hacia lo contrario. El año 1928 no fue el mejor de los años para nacer y menos aún cuando se nace en medio del campo jiennense, en Alcalá la Real, en una finca que su padre regentaba, pero que jamás tuvo contactos directos con la dueña que residía en Madrid. Era el quinto de los hermanos, todos varones, hasta que se sumó a ellos la hermana más pequeña un año más tarde. Su infancia se podría decir que pasó de largo, entre bombas y fusiles, entre muerte y miseria, los condimentos que llevaba aquella guerra sin sentido en el nombre de dios y la patria. Acabó la guerra y tocó la hora de la venganza, de los rencores y de pedir explicaciones, cosa esta última que hizo la dueña de la finca a su padre, eso sí, desde Madrid, ella jamás pisó tierra andaluza; explicaciones por haber abandonado la finca en tiempo de guerra, cuando el fuego cruzado le situó en medio de los dos frentes con una mujer joven y seis hijos pequeños bajo su protección.
Esta "osadía", la de huir en tiempo de guerra del lugar donde residía por temor a la muerte, le costó veinte años de cárcel por la denuncia de la "dueña", por comunista, razón suficiente como para fusilarlo, lo peor es que mi pobre abuelo nunca supo ni entendió de política, un pobre campesino analfabeto que bastante tenía con alimentar a tantas bocas. La pena, en principio, fue la de fusilamiento, pero tuvo suerte y a última hora se quedó en cadena perpetua y a trabajos forzados, pero el desgaste y la enfermedad le ayudaron para que a los veinte años le concedieran la libertad. Mientras tanto sus seis hijos y su esposa se repartieron en casa de familiares repartidos entre las dos provincias, Jaén y Córdoba, hasta que crecieron y se volvieron a reunir con la madre entre Alcolea y la capital cordobesa, entre huertas y campesinos, donde por suerte para mi existencia conoció a una guapa cordobesa, Pepita, seis años menor que él y tras un largo noviazgo se casaron y comenzaron su caminar juntos en pareja.
Los comienzos de la unión no fueron buenos, no había pasado el año desde el casamiento cuando mi madre, que acudía a llevarle la comida del almuerzo, lo vio caer, a lo lejos, desde una altura de catorce metros, desde una maquina de sacar arena del río Guadalquivir, donde trabajaba. Aquel accidente le costó a mi madre un aborto por la impresión y a mi padre comenzar de nuevo, digo esto porque el golpe fue tan severo que entró en coma y con una fractura craneal. Esto supuso una recuperación lenta hasta que tras varios años volvió a su vida normal. Llegaron los años sesenta y la emigración separó a las familias españolas, no quedó hombre en edad de trabajar que no acariciara la posibilidad de cruzar fronteras buscando un sueldo que les apartara de las estrecheces económicas que vivía el país, algunos desistieron pero la mayoría tomó la iniciativa de emigrar, particularmente a los países europeos. Mi padre no fue menos, ni distinto a tantos, un día tomó la maleta y sobre raíles ferroviarios superó la distancia que le separaba de París, donde comenzó a trabajar en una fábrica de automóviles, la Citroen. No soportó la separación, ni de su joven esposa, mi madre, ni de su primer y único hijo hasta entonces, corría el año 65 y yo contaba con cuatro años de edad, así que decidió regresar ante la negativa de mi madre a emigrar también a su lado.
Volvió al campo, a lo que conocía y a lo que se ofertaba, pocas opciones existían aparte de la labranza. Nació su segundo hijo, mi hermano, y comenzaron a sacudirle fuertes dolores en el hombro izquierdo hasta el punto de restarle movilidad, recorrió medio país buscando remedio a sus males, Sevilla, Madrid, Barcelona... pero no lo encontró, lo único que halló fue el motivo por el cual su minusvalía ya era un hecho, el fuerte golpe de la caída diez años antes le dejó unas secuelas en el cerebro, el riego sanguíneo le afectó al remo izquierdo y no encontraron solución, en una sanidad que andaba a ciegas en estos casos, se negó en rotundo a que le abrieran el cráneo para indagar cual era el problema en cuestión, ceder ante aquello era una aventura que ponía su vida en juego, por lo que decidió continuar en aquella situación hasta encontrar remedio. Pero éste no vino, nunca llegó, pasaron los años y los dolores continuaban como parte de su existencia, entre tanto no paró de luchar, de realizar todos los trabajos que podía, desde jardinero en comunidades de vecinos, guarda-coches nocturno en hoteles de carretera, de guarda nocturno en obras de construcción... fue un ejemplo para los que le rodeábamos, sacó a la familia adelante y consiguió pagar la vivienda que compró cuando la enfermedad ya era latente. No por eso su carácter cambió, siempre agradable, alegre, cercano en el trato y respetuoso con todos, de cualquier condición, jamás vi un reproche hacia mi madre ni un mal gesto con ninguno de la familia, todo fueron atenciones y cariño.
El tiempo nos hizo mayores a mi hermano y a mí, la carga familiar ya no era la de años anteriores pero los dolores continuaban y el brazo derecho comenzó a dar síntomas idénticos a los de su homónimo años atrás. Sin embargo, ya no se quejaba como antaño, había aprendido a vivir con el dolor y sin la utilidad de un brazo, algo muy duro para cualquiera y mucho más para alguien como él, que necesitaba sentirse útil, libre para decidir lo que le apeteciera, esa circunstancia la superó una vez pero perder la movilidad de sus dos brazos, quedarse inútil, depender de la ayuda de otros para todo, eso le minaba la moral en silencio, callaba y dejaba pasar su dolor y su miedo a perder la libertad que siempre necesitó para sobrevivir, hasta que una mañana de julio, tras una noche de insomnio, salió temprano a dar una vuelta por el campo, como siempre, pero esta vez decidido de que el fin de su existencia marcaba aquel día en el calendario. Para cada uno de nosotros, de la familia, aquel fatídico día es recordado como el más triste de nuestras vidas, y el peor de los momentos el que nos comunicaron la dolorosa noticia.






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