El legado cultural y natural que los pueblos indígenas nos dejaron para el disfrute de la humanidad es de incalculable valor. No es nuevo esto que digo ni tampoco será la última vez que lo resalte, es necesario que no olvidemos que los cuadernos de campo, las vivencias, de estos nuestros antecesores en todo el mundo son la mejor guía para la convivencia y el respeto con el medio ambiente, nadie mejor que ellos tienen la solución, el remedio, para poner fin al deterioro sistemático que sufre nuestro planeta. Olvidarnos del verdadero significado del ser humano es el peor de nuestros errores y por lo tanto el mayor de nuestros fracasos, nuestro ego, nuestra vanidad, la prepotencia como especie nos ha llevado a creernos lo más importante en este hábitat que acoge otros mundos, con otras especies y protagonistas distintos, al margen de nuestro universo particular. Creer que nuestra supremacía es tan evidente nos ha hecho caer en el desprecio más ridículo contra todo lo que se mueve, late o respira, sobre el planeta azul. Cada día que pasa por nuestra historia, la del ser humano, se escribe más irresponsable, cada vez más absurda y a cada acto más irrespetuosa.
Al principio de nuestro caminar nuestros dioses no usaban aditivos ni conservantes, eran ecológicos como la propia madre Tierra, el padre Sol, u otros dioses menores, todos ellos relacionados con los elementos naturales, agua, fuego, aire... pero a la par que pasaba el tiempo y nuestras necesidades se transformaban en otras distintas, hasta los propias divinidades evolucionaron a nuestra imagen y semejanza, nos fuimos distanciando del hábitat natural para inventarnos otro soporte donde nuestra existencia luciera con distintos colores, más a nuestro antojo, más a la medida de nuestro prisma, enorme error al pensar que nuestra especie era superior al entorno que la creó y del que formamos parte. Es evidente que ya cruzamos el ecuador de lo permitido, de las reglas naturales, y la cuenta atrás cada vez marca con claqueta a ritmo más rápido. Pero lo peor es que no solo no ponemos remedio sino que, impasibles, observamos como nos acercamos al declive de todo lo que nos creó y nos acogió en nuestro perverso y destructivo periplo, por este único sistema posible para el desarrollo de la vida de nuestra especie.
Gracias a los mal llamados países del tercer mundo o subdesarrollados, aún nos queda donde mirarnos y recuperar de lo perdido, relativo a la convivencia sostenible, con el entorno y con nuestros iguales. "No hay mal que por bien no venga", dice otro refrán, de los que soy tan amigo y de los que tanto se aprende. Pero parece que cuanto más sabemos o conocemos de menos aprendemos, es la prepotencia ridícula que nos pone al borde del precipicio y todavía nos creemos estar a vuelta de todo. Posiblemente, el tribunal de lo justo, de lo ético y lo equilibrado, nos ponga en el banquillo de los acusados, señalados por las leyes naturales y por las básicas de comportamiento, donde la naturaleza vestirá con toga y los países pobres recibirán el beneplácito quedando absueltos de toda culpa, mientras que a las naciones desarrolladas se les otorgará la herencia del progreso vestida de caos y destrucción, producida por un ansia y egoísmo sin control. Es allí, en los lugares remotos, vírgenes, donde hay que poner la mirada, para poder ver cual es la receta que nos enseñará a poner reparo y ser respetuoso con el medio ambiente.
Hasta hace pocos años los Mayagna vestían como lo hicieron sus antepasados, del tuno, un árbol del que sacaban prendas y utensilios, ropa, cobijas, colchas, hamacas... hoy aún conservan sus costumbres respecto al tuno pero han cambiado en la manera de vestir. La medicina, en la mayoría de los casos, continua siendo la tradicional, la que se obtiene de las plantas del bosque. Las costumbres en la caza son regladas, solo se mata un animal y debe de ser macho, no hembras. Tampoco se pueden cortar muchos arboles cuando se hace la trocha y lo que se va cortando hay que sembrarlo de nuevo. Los cultivos tradicionales son el maíz, banano y pijibaye que acompañan a la dieta de chancho de monte, venado, guardatinaja, guatuza, pava, pavón y pescado. Pero también es verdad que estas costumbres van cambiando forzadas por los tiempos, el gallo pinto, el arroz, la yuca, entre otros, son alimentos que van sustituyendo a los de siempre, costumbres nuevas que se adquieren y que se fusionan con las ancestrales pero que en todos los casos son respetuosas con la naturaleza.
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