viernes, 30 de enero de 2009

Santuario Chorotega


En una hipotética lista de lugares obligados a visitar, en esta tierra tan diversa, la encabezaría con uno de los rincones que recoge todo lo que un aventurero pueda soñar, la Isla Zapatera. Desde su entorno "casi virgen", que aglutina biodiversidad en todo su esplendor, al misticismo y misterio que dejaron uno de los pueblos indígenas más interesantes de Mesoamérica, Los Chorotegas. Hablar de arqueología en la patria del cacique Nicarao es hacerlo poniendo por delante y por encima a esta isla que se alza orgullosa en el lago más grande de Latinoamérica, el Cocibolca o Nicaragua. De todas las islas que acoge este inmenso "mar de agua dulce", en sus tres archipiélagos y dos grandes islas, se presenta como la segunda en extensión, después de Ometepe, con sus 52 kilómetros cuadrados, 7 x 10 km, su origen volcánico, apagado desde hace mucho tiempo, ha dado paso a un exuberante bosque tropical adornado por lenguas rocosas, donde la fauna autóctona, monos, chocoyos, loros, ciervos o venados, jaguares, armadillos... vive ajena al mundo exterior más allá de las fronteras acuáticas que el gran lago marca para bien de la riqueza que atesora.

En un artículo anterior, al que titulé con el nombre de "La novia del Cocibolca", relataba mi encuentro con Ernesto Cardenal, con su obra, hijo de esta hermosa ciudad a orillas del gran lago, en un libro de su cosecha que me hizo pasar muy buenos ratos en la calurosa ciudad de Managua en mi primera visita al país. En este libro, "Los años de Granada", Ernesto nos cuenta sus vivencias en su época de estudiante, sus memorias, en el colegio de los jesuitas, y menciona las impresionantes esculturas, los ídolos de la Isla Zapatera que durante años fueron acogidos en el patio del colegio. Tengo que decir al respecto que su lectura me dejó un regusto exquisito e insuficiente, aunque su mención es pasajera. Pero caprichos del destino, y desconociendo la ubicación actual, la fortuna me llevó a encontrarme, en el convento de San Francisco, con la colección de más de una treintena que me llenó de satisfacción y regocijo, tenerlas frente a mi y pasar mi mano por donde sus autores pasaron tantos años antes las suyas, y sus herramientas, fue una experiencia única, al tiempo que mi imaginación me sugería los acontecimientos chorotegas que sucedieron ante su significado, su simbolismo.

Son mayoría los antropólogos que mantienen las creencias de que Zapatera fue un cementerio o lugar ceremonial para las tribus indígenas que poblaron la vecina y mayor isla del lago, Ometepe, los Chorotegas. Los ídolos quizás sean lo más llamativo que encontraron en varias de las excavaciones que se realizaron, también existen una gran cantidad de petroglifos interesantísimos y urnas, que son motivo por el que los turistas se desplazan hasta esos lugares donde se sitúan, los principales puntos arqueológicos son Zonzapote, Jiquilito y las Cañas. Toda esta riqueza arqueológica deja en evidencia que estos lugares ya estaban poblados como mínimo desde 800 hasta 1200 años después de Cristo y que su cultura estaba llena de matices, bien estructurada en creencias y desarrollada en todos sus vértices. Analizar estas estatuas esculpidas en piedra de basalto es recordar a otras culturas centroamericanas y suramericanas.

Lo más frecuente en estas esculturas son la representación de los jefes, dioses y chamanes, esculpidas en grandes rocas, pero no tan grandes como otras a las que se puedan comparar o vengan al recuerdo, estas bien pudieran ser las de San Agustín en Colombia, los atlantes de Tula, México, o las de la isla de Pascua, en Chile; pero no dejan de ser impresionantes con sus dimensiones entre 1´25 y 2´225 metros de altura y más de 60 cm de diámetro. Son la representación de figuras humanas cruzadas con animales, Jaguares, cocodrilos, águilas, los más comunes y con mayor poder entre los de la fauna autóctona. El descubrimiento de los ídolos de Isla Zapatera data de 1849, fue el diplomático norteamericano, Ephraim George Squier, quien halló en Jiquilito las quince primeras; pero tuvieron que pasar 34 años más, en 1883, para que se completara el numero que hoy conocemos, cuando Carl Bovallius, naturalista sueco, reveló la existencia de otras veinticinco en Zonzapote. Estaba claro el valor de estas esculturas como para dejarlas en su lugar de origen, sufriendo el desgaste por las inclemencias ambientales, por lo que en 1924 y 1942, fueron trasladadas al Colegio Centroamérica de Granada, donde Ernesto Cardenal las recordaba orgullosas, imponentes. Pero no sería esta su última morada, en 1970 se realizó otro traslado, hasta uno de los recintos del antiguo Instituto Nacional de Oriente.


La situación en la que se encontraron parecen relevar que se trataba de un anfiteatro ritual, ubicadas junto a montículos de tierra y piedra, con las espaldas al interior; otras, en cambio, al descubrirse se hallaban aisladas pero cercanas a ellos. Según el arqueólogo norteamericano Samuel Kirkland Lothrop, en 1926, los ídolos encontrados por el naturalista sueco bien podrían pertenecer a un templo consistente en varios edificios sagrados, con sus atrios, ídolos y montículos para el sacrificio, con una certeza, la de que las esculturas estaban cada una relacionada con los montículos. También los arqueólogos coinciden en que pertenecen a la misma época en que se dio la estatuaria de Chontales, al este del lago Cocibolca, pero que pertenecen a otro estilo. Las de Chontales no trascienden el bloque o columna donde fueron esculpidas, son cerradas, en cambio las de Zapatera son en tres dimensiones. Sobre las de Chontales escribió Lothrop: "Al este del lago, las estatuas son básicamente cilíndricas y representan hombre y deidades, algunas veces con detalles elaborados bajo relieve. Indican el tronco de árbol, que ha sido levemente modificado; pero no en el concepto ni en el simbolismo, hay alguna indicación de influencia mexicana o maya; sin embargo, pueden ser consideradas como vagamente sudamericanas". Pero también dijo sobre las de Zapatera: "Las estatuas de las islas del llamado istmo de Rivas hasta el oeste del lago Nicaragua son mejor conocidas: típicamente consisten en una columna redonda o cuadrada, coronada por una figura humana sentada o de pie, cuya cabeza y hombros a menudo se encuentran cubiertos por un animal. Este concepto, conocido como el motivo alter ego, se encuentra tanto en Mesoamérica como en Suramérica. La estatua, sin embargo, es de tres cuartos o de talla completa, con los miembros separados uno del otro y del cuerpo, con un intento hacia la exactitud anatómica".

Este concepto, descrito por el arqueólogo norteamericano, se encuentra en las estatuas de Mesoamérica y Sudamérica, cuando el animal es representado sobre las espaldas de la figura humana su origen es sudamericano y cuando es el animal el que parece atrapar dentro de sus quijadas al individuo revela un origen mesoamericano. Se podría decir que la procedencia de esos estilos están claros, pero hay algo importantísimo en el que parecen estar de acuerdo muchos arqueólogos, en que su centro de irradiación fueron las islas del lago Cocibolca y en especial la Zapatera, la que los Chorotegas eligieron como su santuario.












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martes, 27 de enero de 2009

¡Arriba el telón!


En otras ocasiones he dejado bien claro lo que para mí significa las artes escénicas, de todas las expresiones artísticas la que mejor y más agrupa. Cualquiera de las restantes y diversas formas de expresión tienen cabida y pueden formar parte de una única función, exposición o representación teatral. Desde la música a la literatura, de la pictórica a la danza, pasando por otras de segunda fila como pueden ser escenografía, vestuario o maquillajes... la representación teatral, es una de las artes más antiguas, una expresión artística que no está fuera de ningún pueblo, de su cultura, incluidos los más recónditos, los más ancestrales, y con tanto protagonismo como lo puede tener hoy en día, desde los clásicos griegos, romanos, asiáticos, etc.
Se podría decir que el arte teatral o el cinematográfico son la misma cosa, el primero en vivo y en directo y el segundo "enlatado", pero si así lo aceptáramos estaríamos equivocados de todas todas, sería como plasmar un paisaje o un retrato en dos soportes y técnicas distintas, la pictórica o la fotográfica, nada tiene que ver una con la otra, aunque las dos pudieran parecer hermanas e incluso, en ocasiones, llegar a formar parte de la misma obra artística, se me ocurre, por ejemplo, las fotografías coloreadas o el collage. Son dos maneras diferentes de interpretar, la teatral requiere una expresión más exagerada, en todos sus conceptos, en la vocalización, en los movimientos... en cambio, en el séptimo arte, en el cine, todo es "más natural", incluso hasta los silencios tienen más importancia. Aunque si lo analizamos bien el silencio forma parte del teatro puro, primitivo, ¿que es sino la mímica? La expresión más rudimentaria y no por eso la más pobre.

A lo largo de mi vida y en épocas distintas el arte siempre ha estado presente, en diferentes expresiones, desde colaborar en el programa de radio de Manolo Valverde, en Radio Popular de Córdoba en los primeros años 80, la pintura artística o el teatro. Nunca fui maestro de nada pero siempre aprendiz de todo, y con respecto al teatro mi experiencia se limita a la mímica, fueron unos años, los de mi juventud, en los que las ansias y el deseo de conocer otras tierras o pueblos me llevaron a la aventura y, en jornadas en los que el trabajo no aparecía, la mímica fue un recurso que me dio muchos días de comer. El artista o trabajador del arte, siempre me mereció un respeto adicional a cualquier trabajador, no porque necesariamente esté hecho de un molde distinto, sino por lo que tiene de kamikase, vivir del arte es sinónimo de malvivir, pocos son los afortunados que lo hacen produciendo arte, en cualquiera de sus expresiones, por ese motivo mi admiración por los que, contra vientos y mareas, se arriesgan a sabiendas de lo complicado que significa tomar ese camino.

En Nicaragua también tiene una importancia bien acentuada el teatro, la interpretación, no hay más que mirar en su cultura y encontrarse de cara, de faces, con El Güegüense, del que escribí un artículo algunos meses atrás y que se recoge en estas Miradas Impacientes. Patrimonio de la Humanidad, una expresión popular que muestra parte de la historia y costumbres, que año tras año se ha interpretado y conservado generación tras generación y que se tiene como una de las primeras obras teatrales tras la colonización, mezcla de lo existente y lo llegado del viejo continente. Pero ya se sabe que, aunque cuando lo hace tiene otros matices, donde no hay paz no existe mucho tiempo para la cultura, no por eso la cultura nicaragüense es pobre, aún teniendo los enfrentamientos violentos a flor de piel a lo largo de su historia como nación.
En mi último viaje a Nicaragua, en la visita que realicé a León, regresaba caminando después de conocer las ruinas de la iglesia de San Sebastián y el museo de La 21, cuando tuve un encuentro que me trasladó por momentos a España, a cualquier país mediterráneo, ante la fachada del teatro municipal de León, Teatro José de la Cruz Mena, un entierro se cruzaba con toda su comitiva. Los leoneses, amigos y familiares del difunto lo acompañaban en su último viaje, en silencio y con respeto, caminando a lo largo de la calle, cuesta abajo, con el teatro de fondo y la caída de la tarde iluminando con tonos dorados el escenario natural, al igual que una tragicomedia mil veces vista y con conocimiento del desenlace. Si no fuese por el respeto al fallecido y sus familiares, el encuentro bien pudiera representar un pasacalles de la vida misma, una representación realista donde el guión es un clásico que no necesita ensayo.

El teatro municipal de León es declarado Patrimonio Histórico y Artístico Nacional, esto dice de la importancia que tiene para no solo los leoneses, también para todos los nicaragüenses, que tienen en este edificio un punto de referencia cultural de primer orden. Su fachada principal mezcla dos estilos bien diferenciados y armonizados, el barroco, o influencias, de la colonia y el posterior neoclásico de la independencia. En aquella ocasión, febrero de 1884, en la que se colocó la primera piedra, Rubén Darío leyó y dedicó a su tío, Pedro J. Alvarado, promotor de la empresa, el poema "Del arte", en un acto histórico, en lo que significaba la creación del primer teatro nicaragüense. Un edificio que costeó la municipalidad y se encargó de diseñar el arquitecto costarricense Luís Cruz y que al año siguiente fue inaugurado, provocando un florecimiento en las artes y la cultura como nunca antes. Pero su historia a lo largo de este siglo pasado, su existencia, fue paralela a la de la propia Nicaragua, llena de sucesos que una y otra vez vieron al teatro municipal resurgir de sus propias cenizas. Distintas restauraciones por distintos motivos y un pavoroso incendio en 1953 dejan en pie del antiguo teatro solo los muros exteriores, hasta que de nuevo, en 1883, se inicia el proceso de reconstrucción y con ayuda de Hamburgo, Zaragoza, Suecia, Holanda y la cooperación española, recobra la vida cultural para el que fue ideado, con nuevos y modernos equipos de sonido, iluminación y tecnología punta. El segundo en importancia después del Teatro Nacional Rubén Darío de Managua

Pero si los continentes, los teatros de Nicaragua, son importantes, los contenidos, los actores y actrices nicaragüenses, no quedan en segundo plano. La calidad de los intérpretes es bien reconocida y dentro de sus fronteras hay nombres con una trayectoria bien marcada. Pero también los hay que ya no pertenecen solo a la interpretación de pinolandia, sus nombres se rotulan en los carteles mas laureados y acompañados de nombres del Olimpo cinematográfico, quizás los haya más identificados, de más calidad, pero lo que si está claro es que el nombre de Barbara Carrera no es desconocido para los amantes de las artes escénicas. Nació en Bluefields, en la costa atlántica, en 1945, su madre de ascendencia europea y su padre embajador, de ascendencia inglesa. Llegó a Memphis a los once años y, después de cinco años estudiando en un convento de esta ciudad norteamericana, a los diecisiete comenzó su carrera como modelo. Su primer trabajo importante como modelo fue en 1972, en el papel publicitario de Chiquita Bananas, pero antes, en 1970, debutó en el cine en una película mala de taquilla, "Puzzle hundimiento de un niño". Pero ¿quien no tuvo malos comienzos? En 1984 obtuvo nominación para los Globos de Oro por su interpretación en James Bond, "Nunca digas nunca jamás" junto a Sean Connery y Kim Basinger, entre otros. Pero en su dilatada carrera como profesional, además de sus más de cuarenta películas y series televisivas como "Dallas", le acompañan nombres tan importantes y de la talla de Burt Lancaster, Michel York, Laurence Olivier, Peter OToole, Peter Strauss... Sin duda una estrella del "filmamento", que de la tierra pinolera salió al mundo, para conquistarlo, y pasear el nombre de Nicaragua por todos los escenarios y pantallas del planeta.













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miércoles, 21 de enero de 2009

Raíles del pasado

Cualquier país que se entienda por desarrollado, o en vías de desarrollo, no se comprende sin que sus paisajes sean atravesados por el ferrocarril, de norte a sur, de este a oeste. El tren es el medio de transporte más económico, más respetuoso con el medio ambiente y por encima de todos el más rentable, en estos tiempos donde la energía es un recurso necesario para sobrevivir. Sí, para sobrevivir, puede parecer que si no existieran las energías el ser humano tampoco habría progresado de la manera que lo ha hecho desde que comenzamos a bajar de los arboles, o quizás mucho antes, pero es muy posible que así sea, nada seríamos sin el astro rey calentándonos fielmente cada día. Sin las energías, entre otras cosas o situaciones, los transportes quedarían anclados y, con ellos, las mercancías y, sin estas, veo difícil que nuestra forma de vida pudiera continuar latiendo normalmente, bombeando a un ritmo eficiente para que las necesidades no se convirtieran en una traba insuperable, que obstruyera el flujo constante necesario para el desarrollo de los pueblos y las personas. Pero no toca reflexionar sobre las energías, aunque el transporte, el tema que hoy traigo entre líneas, difícilmente se entendería sin estas, y como comencé apuntando, el tren, el ferrocarril, es para mi punto de vista el más interesante. Otros como el aéreo, el marítimo o por carretera, no son menos atractivos pero ninguno como el ferrocarril.

Podría decir que un país como Nicaragua, sin red ferroviaria, es como un caballo pura sangre sin una de sus patas. Sería difícil para el pobre y hermoso animal sostenerse en pie pero no necesariamente imposible, otra cosa o asunto supondría un grave problema, cojearía por siempre sin poder desarrollar su potencial, sus cualidades, y quedaría anulado el trote, el galope y la carrera, quedaría mermado una parte importantísima de su movilidad. Nunca podría competir con otros de su especie, de nada serviría su belleza si no se pudiera exhibir, ni siquiera su raza pura le ayudaría a la hora de ser elegido por jinete alguno, estaría falto, incompleto. De la misma manera el transporte ferroviario es un de esas cuatro patas, que no se puede suplir por otro y que sí es compatible con los demás. Tal vez la comparación del caballo con el transporte ferroviario no sea para muchos la más acertada, pero si se le preguntara a cualquiera de los productores de café del norte de Nicaragua, donde solo las mulas y en ocasiones las carretas pueden llegar por esos caminos impracticables, les parecería corta, les dirían que una estación de ferrocarril cercana, en su región, donde las cosechas tuvieran fácil salida para la distribución, significaría para ellos lo mismo que al pura sangre tener y disfrutar de las cuatro patas. Algunos que estén leyendo este artículo en este momento podrían estar pensando que de igual modo, el transporte por carretera pudiera significar esa cuarta pata, claro que sí, pero no tendría los mismos costes, alimentar a ese caballo costaría mucho más y las ventajas más reducidas, algo nada alentador y ventajoso para el bolsillo de cualquier productor mediano de café, banano, caña de azúcar o cualquier otro producto.

Desde su existencia, el ferrocarril ha sido protagonista del desarrollo de los pueblos, en el transporte de mercancías, en el acercamiento de las ciudades y en el flujo de personas entre países. Siempre que pienso en el tren me vienen a la memoria escenas entrañables de mi infancia, cuando mis tíos maternos acudían cada año de vacaciones, desde Barcelona, víctimas de la pobreza que sufrían los pueblos del sur y que, como tantos españolitos, se vieron obligados a emigrar a otros países o a otros puntos de la nación más industrializados, como en el caso de Cataluña. Una escena pintoresca, la que cada año por agosto vivíamos con alegría, con enorme alegría, curiosa en todo caso por cómo transcurría. Vivíamos en Alcolea, 10 km aproximadamente de Córdoba capital, en dirección norte, por lo que antes de llegar el tren, "El Rápido", a la capital, que tardaba cerca de las veinticuatro horas de viaje desde Barcelona a Córdoba, pasaba por nuestro barrio-pueblo antes de finalizar trayecto, y toda la familia nos reuníamos cercanos a las vías del tren que cruzaban a 100 metros de la vivienda familiar, para saludarlos antes de que, dos horas más tarde, pudiéramos abrazarnos. Que yo recuerde nunca se inmortalizaron aquellos momentos en fotografía alguna, éramos muy pobres para disponer de cámaras fotográficas, pero mi memoria me hace ver el encuadre de entre doce a quince personas, abuela y nietos, primos y sobrinos, padres e hijos, hermanos y cuñados, con los pañuelos blancos al aire, agitándolos, emocionados, mirando vagón tras vagón, ventanilla tras ventanilla, hasta que alguno de los miembro gritaba, "¡allí vienen, allí están!" Entonces los pañuelos blancos rompían la armonía del aire para crear remolinos de bienvenida, al tiempo que desde el tren éramos correspondidos con la misma agitación.

 
De igual manera en cualquiera de las estaciones del ferrocarril del pacifico, en las del trayecto oriental o en las de la costa atlántica, se vivían situaciones similares, la gente se abrazaban a sus familiares y amigos cuando regresaban de alguna ciudad cercana y partían para cualquier menester a otro punto del país, se congregaban a recibirlos y al despedirlos con emoción. Hay que tener en cuenta que cuando se tardaba de Chinandega a Granada dos semanas en coche de caballos, en tren, se redujo a un día, aquello significó un adelanto impresionante, y hasta entonces las distancias eran una aventura con muchos riesgos. Desde 1890, año en que se inició el Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua, iniciado por el gobierno del Dr. Roberto Sacasa, ha llovido mucho sobre sus vías, los raíles, testigos mudos que vieron trasladarse sobre ellos muchos acontecimientos importantes de la historia nicaragüense. Desde Sandino que movilizándose varias veces vio y sintió cómo la locomotora, la maquina a vapor, invadía el silencio y el entorno de la Nicaragua profunda, silbando y ahumando en su transcurrir, o al general José Santos Zelaya descansando en el vagón presidencial, "El Momotombo" y hasta el mismo Rubén Darío, a su regreso a la tierra pinolera en 1907 y aclamado a su paso, en las góndolas del Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua. Sin duda la red ferroviaria dio mucho y bueno a este país, fue como subirse al progreso, al futuro, nunca antes ningún acontecimiento fue tan importante para el comercio, para el transporte de personas, para el acercamiento dentro de la misma nación y fuera de ella. Todo esto supuso muchos puestos de trabajo, de cuadrillas que crearon y mantuvieron las líneas, en Masaya, Granada, León, Chinandega, Puerto Corinto, Managua...

El transporte ferroviario se convirtió en el eje central de todo lo que se movía o se desplazaba por el territorio, desde personas a mercancías, desde la burguesía comercial, los industriales, los potentados, los ministros, los políticos en general, en vagones de primera clase y donde no estaba permitido viajar a personas de inferior rango en la sociedad, hasta lo más popular, como las mujeres comerciantes que cotidianamente viajaban a Masaya para comprar legumbres, repollo, zanahorias, remolacha, plátanos, quequisque, yuca, etc. Cuando el tren paraba en cualquiera de las estaciones, como antaño en España antes de las normas europeas, los vendedores pregonaban sus productos en los andenes y por entre los vagones, mientras se revisaban los aceites, las grasas y el agua, "¡cuajadas con tortillas! ¡Rosquillas de Rivas! ¡Quesillos de Nagarote! ¡Nacatamales! ¡Comal, olla de barro, tinajas, tiestos!" Hasta que sonaban los tres avisos, y al tercero la campanita anunciaba la partida con su sonido característico, tin, tin, tin.

Uno de los trenes más rentables y comerciales era el Sauceño, en sus vagones se transportaba el ganado, el queso, la cuajada, la madera en plataforma y en ocasiones, en fechas de elecciones, las banderas rojas de los liberales y verdes de los conservadores adornaba su imagen, como un enorme pájaro metálico plagado de alas bicolores a punto de alzar el vuelo.
Pero a partir del año 1952, con el proyecto de la carretera Managua, León, Chinandega, Corinto, vino el declive para el ferrocarril, el comercio vio la carretera con mejores ojos y más rentable, le fue robando protagonismo y el viejo tren ya no era ni la sombra de lo que en años anteriores fue, el propio Somoza mantuvo la Empresa del ferrocarril por lo que significaba emocionalmente, por la reliquia que era, no por su rentabilidad. La llegada al poder de Violeta Chamorro dio fin a una aventura positiva para Nicaragua, vendió los restos, la chatarra, de una de las pocas iniciativas que dieron rentabilidad y que no debieron perderse, el viejo tren nicaragüense siempre fue necesario para los pinoleros y más en estos días, cuando el país sufre una grave crisis económica, y energética, con el ahorro que supondría tener operativa la red ferroviaria. Siempre nos quedará el deseo de volverlo a ver cruzar, orgulloso, los horizontales paisajes de Nicaragua.

domingo, 18 de enero de 2009

Hijos del Wanki


El legado cultural y natural que los pueblos indígenas nos dejaron para el disfrute de la humanidad es de incalculable valor. No es nuevo esto que digo ni tampoco será la última vez que lo resalte, es necesario que no olvidemos que los cuadernos de campo, las vivencias, de estos nuestros antecesores en todo el mundo son la mejor guía para la convivencia y el respeto con el medio ambiente, nadie mejor que ellos tienen la solución, el remedio, para poner fin al deterioro sistemático que sufre nuestro planeta. Olvidarnos del verdadero significado del ser humano es el peor de nuestros errores y por lo tanto el mayor de nuestros fracasos, nuestro ego, nuestra vanidad, la prepotencia como especie nos ha llevado a creernos lo más importante en este hábitat que acoge otros mundos, con otras especies y protagonistas distintos, al margen de nuestro universo particular. Creer que nuestra supremacía es tan evidente nos ha hecho caer en el desprecio más ridículo contra todo lo que se mueve, late o respira, sobre el planeta azul. Cada día que pasa por nuestra historia, la del ser humano, se escribe más irresponsable, cada vez más absurda y a cada acto más irrespetuosa.

Al principio de nuestro caminar nuestros dioses no usaban aditivos ni conservantes, eran ecológicos como la propia madre Tierra, el padre Sol, u otros dioses menores, todos ellos relacionados con los elementos naturales, agua, fuego, aire... pero a la par que pasaba el tiempo y nuestras necesidades se transformaban en otras distintas, hasta los propias divinidades evolucionaron a nuestra imagen y semejanza, nos fuimos distanciando del hábitat natural para inventarnos otro soporte donde nuestra existencia luciera con distintos colores, más a nuestro antojo, más a la medida de nuestro prisma, enorme error al pensar que nuestra especie era superior al entorno que la creó y del que formamos parte. Es evidente que ya cruzamos el ecuador de lo permitido, de las reglas naturales, y la cuenta atrás cada vez marca con claqueta a ritmo más rápido. Pero lo peor es que no solo no ponemos remedio sino que, impasibles, observamos como nos acercamos al declive de todo lo que nos creó y nos acogió en nuestro perverso y destructivo periplo, por este único sistema posible para el desarrollo de la vida de nuestra especie.

Gracias a los mal llamados países del tercer mundo o subdesarrollados, aún nos queda donde mirarnos y recuperar de lo perdido, relativo a la convivencia sostenible, con el entorno y con nuestros iguales. "No hay mal que por bien no venga", dice otro refrán, de los que soy tan amigo y de los que tanto se aprende. Pero parece que cuanto más sabemos o conocemos de menos aprendemos, es la prepotencia ridícula que nos pone al borde del precipicio y todavía nos creemos estar a vuelta de todo. Posiblemente, el tribunal de lo justo, de lo ético y lo equilibrado, nos ponga en el banquillo de los acusados, señalados por las leyes naturales y por las básicas de comportamiento, donde la naturaleza vestirá con toga y los países pobres recibirán el beneplácito quedando absueltos de toda culpa, mientras que a las naciones desarrolladas se les otorgará la herencia del progreso vestida de caos y destrucción, producida por un ansia y egoísmo sin control. Es allí, en los lugares remotos, vírgenes, donde hay que poner la mirada, para poder ver cual es la receta que nos enseñará a poner reparo y ser respetuoso con el medio ambiente.

Los Mayagna son uno de esos pueblos indígenas, de los que sabemos que existen en el mundo pero que rara vez supone algo más allá que un llamativo exotismo cargado de entrañables reconocimientos efímeros, que nos caen simpáticos pero que tampoco hacemos mucho más por socorrerles cuando las condiciones para la supervivencia son insuperables. Pensamos, cuando aportamos alguna ayuda para socorrerles, que lo hacemos caritativamente, que esa aportación es benéfica para la ayuda a los necesitados, nada más lejos de la realidad. Deberíamos de contribuir no por altruismo, sino por lo obligado que nos corresponde. Gracias a ellos se mantiene el equilibrio en esos lugares remotos, donde respetan a la naturaleza, donde mantienen vivos los ecosistemas que nos permiten continuar viviendo y respirando en este planeta, ¿que ocurriría si estos pueblos irrespetaran al medio ambiente como nosotros hacemos? Lo nuestro no debe limitarse a una contribución altruista sino a un canon por permitirnos a nosotros continuar con nuestro modo de vida.
La Reserva Bosawás, entre otros, es el medio natural donde viven los Mayagna, una de las tribus que sobreviven en la costa atlántica de Nicaragua, que mantienen sus costumbres, su cultura y hasta su idioma. Los Mayagna son un pueblo admirable por lo que supone sobrevivir en condiciones de pobreza en la mayoría de los casos, pero que nos enseñan orgullosos como, aún así, hay que tratar a la naturaleza, al entorno donde se desarrollan como pueblo, inteligentemente, cuando se trata de cuidar y respetar el enclave que permitió vivir a sus antepasados y a ellos mismos, enclave que pretenden preservar para las generaciones venideras de su pueblo. Los hijos del agua, del río Wanki o río Coco, se desparraman por sus orillas que sirven de frontera natural con Honduras, acompañándolo en su cause por el departamento de Jinotega, en caseríos indígenas, donde sus vecinos son las manadas de monos congos, tucanes, gavilanes, ardillas... que se apresuran a dar la bienvenida a los aventureros que se prestan a recorrer las milenarias aguas en lanchas fuera borda. Son 8.000 indígenas pertenecientes a esta tribu los que existen, aproximadamente, no solo en el entorno del río Coco, también por las orillas de otros ríos del RAAN(Región Autónoma del Atlántico Norte) e incluso por el RAAS(Región Autónoma del Atlántico Sur) se concentran pequeñas comunidades muy dispersas. En general la Comunidad Mayagna se encuentra entre los más marginados de todos los pueblos indígenas de Nicaragua.

Hasta hace pocos años los Mayagna vestían como lo hicieron sus antepasados, del tuno, un árbol del que sacaban prendas y utensilios, ropa, cobijas, colchas, hamacas... hoy aún conservan sus costumbres respecto al tuno pero han cambiado en la manera de vestir. La medicina, en la mayoría de los casos, continua siendo la tradicional, la que se obtiene de las plantas del bosque. Las costumbres en la caza son regladas, solo se mata un animal y debe de ser macho, no hembras. Tampoco se pueden cortar muchos arboles cuando se hace la trocha y lo que se va cortando hay que sembrarlo de nuevo. Los cultivos tradicionales son el maíz, banano y pijibaye que acompañan a la dieta de chancho de monte, venado, guardatinaja, guatuza, pava, pavón y pescado. Pero también es verdad que estas costumbres van cambiando forzadas por los tiempos, el gallo pinto, el arroz, la yuca, entre otros, son alimentos que van sustituyendo a los de siempre, costumbres nuevas que se adquieren y que se fusionan con las ancestrales pero que en todos los casos son respetuosas con la naturaleza.
Los mayagnas han dejado de ser un pueblo que solo hablaba su lengua, el sumo, para abrirse a otros idiomas, como el español o inglés, algunos de sus miembros acuden a la universidad e incluso los hay que ocupan profesiones y puestos importantes en empresas, pero para esto tienen que emigrar a otros puntos del país, son un pueblo pobre y en su comunidad solo disfrutan de primaria y secundaria, no hay becas. Las mujeres mayagna, constituidas en asociación, trabajan la artesanía de tuno y los cultivos del cacao y el achiote, a los que sumarán nuevos proyectos de desarrollo económico y cultural. No es fácil todo el empeño y el esfuerzo que ponen en el intento de que su comunidad se desarrolle, la falta de carreteras, accesos por el que distribuir y sacar las mercancías que puedan producir y vender, es un problema que se une a la salud, donde no tienen más que una auxiliar, ni siquiera enfermera profesional, por lo que el riesgo siempre está presente. Son muchas razones y motivos por lo que comunidades indígenas, como la Mayagna, tienen y deben de ser apoyadas, son los mejores valedores de que el respeto a la naturaleza es un hecho, cuidadores de un entorno que gracias a ellos y otros aún todavía podemos respirar en este planeta. Son a ellos a los que tenemos que imitar y de los que tomar ejemplo, que lejos de saltarse a la torera las leyes básicas de la naturaleza la toman como referencia para continuar viviendo con el futuro en el horizonte.













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jueves, 15 de enero de 2009

Usufructo heredado

Es una actitud recurrente tan antigua como el propio calendario, la que se apoya en el dicho "año nuevo vida nueva". No se trata de otra cosa sino la de marcarse un punto de salida para poner en orden los desarreglos que sumamos a nuestras propias vidas, las practicas, hábitos adquiridos, a lo largo de nuestra existencia y que creemos perjudiciales, nocivas, para el buen funcionamiento de la convivencia o la aceptación de nosotros mismos. Quizás este desenlace en las decisiones personales vienen acompañados, o provocados, por el exceso en las fiestas que dejamos atrás, fechas simbólicas para el cristianismo y cada vez más para el consumismo desaforado, sin control, donde consumir se convierte en una contagiosa actitud que acarrea desde tristeza o ansiedad hasta angustia, consecuencia de las salvajes campañas publicitarias que, cada año más temprano, despiertan en nuestras vidas para hacernos sentir como un drogadicto, presa del síndrome de abstinencia, y que sin darnos cuenta nos hacen vivir solo para echarnos mano a la cartera y gastar, comprar, como un monótono mecano y sin otro sentido que no sea el de consumir. Esta costumbre occidental, apoyada en la religiosidad del cristianismo, nos lleva cada vez más lejos de su sentido primitivo, el de compartir con los demás, el de los buenos sentimientos por unos días. Se ha transformado en puro egoísmo, en intereses mutuos, yo te regalo tu me correspondes, y donde lo menos importante es sentarse a la mesa en familia, en Nochebuena y Navidad, sino en cubrir esa mesa simbólica de viandas, las más caras, las más lujosas, sin importar si serán de nuestro gusto y cuanto más exóticas tanto mejor.
Este es un ejemplo bien claro de la desviación en la vida del ser humano, de su naturaleza, nadando siempre contra corriente y alejándose del sentido existencial. Mientras en la naturaleza observamos que lo importante es la supervivencia de la especie, en nuestro propio universo prevalece el egoísmo, el interés personal, lo que menos nos interesa es el prójimo y por encima de todo saciar nuestro apetito que es voraz e insaciable, nuestra necesidad no tiene límite y a cada paso que cubrimos más exigente se vuelve. De otra manera sería difícil de entender que en un planeta donde se produce alimento para cubrir cinco veces las necesidades básicas para toda la población dos tercios de ésta pase hambre. El ser humano debe cambiar el tipo de vida si queremos que prevalezca la existencia de nuestra especie, de lo contrario estamos destinados al fracaso, el consumismo provoca que los recursos vayan menguando a pasos agigantados mientras las necesidades básicas de la mayoría de la población continúan sin cubrirse, abriéndose una brecha cada vez más amplia entre una minoría que nada en abundancia y la gran mayoría que muere de hambre y enfermedades antes de llegar a la edad adulta.
Estas fechas, siempre propicias para cambiar de hábitos, nos obligan a poner en orden nuestras vidas, ha reflexionar sobre lo que hacemos bien y mal, lo conveniente o desaconsejable en nuestra actitud diaria, porque como digo, después de un exceso viene la reflexión y nuestra consciencia nos obliga a cambiar las normas, pero nuestra consciencia es vulnerable, débil, que se entrega seducida al egoísmo, al interés personal. Pronto nos olvidamos de nuevo y volvemos a caer en los antiguos desarreglos, inmersos en la cotidianeidad que no cavila, sino que se deja arrastrar por su propia naturaleza, la de irresponsable, la de abusador, la de no administrar bien el usufructo heredado para que nuestro paso efímero por esta nuestra casa, nuestro planeta, sea irrespetuoso con los que vendrán detrás, nuestros hijos, nuestros herederos.
Asignarnos el galardón de seres inteligentes no es más que lo contrario a lo que realmente somos, los verdaderos adjetivos expresan y representan lo opuesto, echamos tierra sobre nuestro tejado constantemente, obviando lo evidente, sin respeto a la propia vida, a las propias normas de subsistencia. Quizás, como el ejemplo de las navidades, después vendrá la reflexión, y propiciará un tiempo de mesura, pero solo hasta sentir que el lobo se aleja y que el peligro no es inminente, entonces, solo entonces, regresará la insoportable e irresponsable levedad del ser humano a la naturaleza irrespetar y a abusar de lo prestado.

No se nos debe de olvidar que este nuestro entorno no nos pertenece, que nuestro habitad es un regalo pasajero y que al igual que los que nos precedieron, tenemos la obligación de preservar las condiciones para los que vendrán. No es difícil, la cuestión se basa en el respeto, en la herencia que queremos para nuestros hijos, al tiempo que deberíamos de esforzarnos en poner orden en nuestro desarreglo existencial. Pensar que por más consumir viviremos más y mejor es de poco inteligente, la necesidad para cubrir nuestros propósitos es la que nosotros estipulemos y, como en el ejemplo de la Navidad, no demos pie a la reflexión evitando los excesos. El derroche irresponsable de los recursos no es del otro, nosotros y cada uno formamos parte de ese otro y entre todos estamos transformando un vergel en un terreno baldío, donde las consecuencias se suman a diario sin que la amenaza represente un peligroso escenario que por momentos va perdiendo componentes hasta el punto de que, muy pronto, representar el sentido de la vida será tarea casi imposible.

Por suerte, y espero que por mucho tiempo, aún quedan lugares donde la naturaleza palpita virgen, no exenta de amenazas pero sí en toda su plenitud. Nicaragua es un autentico regalo para el mundo, en su diversidad, por lo que la caprichosa naturaleza quiso plasmar en este rinconcito del planeta, como si pareciera haberse concedido un caprichito y unir en un estrecho espacio de terreno todo lo que a ella representa. Bosawás es como volver a entonces, a cuando el ser humano no era reconocido aún como peligro numero uno para la vida en el planeta. Lugares como éste, gracias a falto de recursos atractivos para los usurpadores de usufructos heredados, conservan toda su diversidad y han pasado a significar uno de los más hermosos e importantes tesoros que la humanidad posee. Bosawás fue declarada en 1997, por la UNESCO, Reserva de la Biosfera, nombre que deriva de tres elementos importantes que la componen, el "Río BOcay", "Cerro SAslaya", y "Río WASpuk". Son 5.000.000 de Ha lo que componen esta reserva forestal que se divide entre los dos países limítrofes, 3.000.000 de Ha la Reserva de Río Plátano, perteneciente a Honduras, y 2.000.000 de Ha Nicaragua, lo que la convierte en la segunda mayor selva de todo el continente americano y la tercera en todo el mundo. El núcleo de la reserva está ubicada en los territorios del Río Coco, en la parte sur del curso medio, un área de 7.441 kilómetros cuadrados dentro de la región que comprenden el río Bocay, cerro Saslaya y río Waspuk. La zona de amortiguamiento, de más de 12.000 kilómetros cuadrados, está delimitada por seis municipios adyacentes que comparten fronteras comunes con la zona núcleo de la reserva, Bonanza, Siuna, Waspam, Waslala, Wiwilí y Cua-Bocay.

Esta gran masa forestal extremadamente rica en animales y plantas se desarrolla en un clima propicio, selvas umbrófilas de montaña y selvas tropicales de tierras bajas. En ella convergen la fauna del Norte y de Sudamérica, y se estima que el 13% de las especies conocidas viven en Bosawás, la selva tropical es el bioma más rico del planeta y posee una enorme riqueza en organismos vertebrados e invertebrados, colonias de quetzales, el águila harpía, una de las águilas más grandes del mundo, guacamayas escarlata, pumas, jaguares, el tapir o danto, la existencia de entre 100.000 o 200.000 especies de insectos, entre otros, son los tesoros que esconde esta reserva que no está exenta de peligros, no solo los naturales, como el huracán Félix que destruyó 350.000 Ha de selva y bosque de pinos, también la mano del hombre amenaza a está reserva. La población indígena está compuesta por los rama, mayangnas y miskitos, los dos últimos han conservado su propia lengua y se han organizado en seis territorios, pero no es esta población la que significa ese peligro sino los mestizos, unas 200.000 personas que se asientan en los municipios que rodean a la reserva y que la pobreza y el hambre les ha empujado a una actividad agrícola y ganadera, creando un impacto en el ecosistema con la tala de arboles, para convertir el suelo forestal del pulmón de Centroamérica en agrícola.










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