lunes, 28 de febrero de 2011

El maíz: deidad en las culturas de Mesoamérica


Es evidente que, cuando nos referimos a la historia de los pueblos mesoamericanos y a su cultura, no lo hacemos desde el punto de vista del pasado, hablar de culturas como la olmeca, maya o azteca, es hablar del presente, de la actualidad más viva. Referirnos a estos pueblos es hacerlo de la idiosincrasia de casi todos los países centroamericanos de hoy en día, pues en todos queda encendida la llama de esas culturas milenarias y esplendorosas que antaño florecieron como ninguna otra en ningún otro cualquier rincón del planeta, en una tierra joven, generosa y fértil, pero también cruel en lo que a la naturaleza se refiere.

Un ejemplo, o el ejemplo más claro, es el maíz y todo lo que se mueve a su alrededor. Si en el pasado el maíz fue el centro de la vida de todas las civilizaciones mesoamericanas, no crean que perdió su total protagonismo y dejó de serlo con el paso del tiempo, ni con las nuevas modas o costumbres que trajeron los nuevos tiempos, ninguno de los sustitutos que aportó la globalización ha conseguido destronarlo como la base principal en la alimentación de los pueblos de Mesoamérica.

Cuestión diferente es la relativa a la fe religiosa, las creencias espirituales de las sociedades modernas mesoamericanas sí se han adaptado a estos tiempos, en los que se impusieron las corrientes monoteístas foráneas o exportadas, en detrimento de las autóctonas o nativas, en su mayoría animistas, y que tan empáticas y prácticas me resultan, pues si hay algo que comparto con las culturas prehispánicas es la comunión existente entre la naturaleza y el ser humano, aceptando ser parte de ella y agradeciendo y temiendo a la misma vez su dependencia. Sin duda, pueblos inteligentes, agradecidos y respetuosos con su hábitat, el medioambiente y sus recursos naturales.

Aun así, todavía en la actualidad quedan muchos pueblos indígenas que mantienen sus creencias ancestrales en torno al maíz, en una lucha constante con las occidentales que, aun sincretizandolas, no acaban de imponerse sobre sus dioses, porque estos en sí no dejan de ser la propia vida del indígena. Creer en el dios de la lluvia, del trueno o del maíz es como creer en su propia existencia, es a ellos a los que se entrega, de los que depende para continuar existiendo. Ningún otro dios espiritual conseguirá nunca erradicar por completo de sus creencias a sus deidades animistas, al menos mientras los pueblos indígenas sigan subsistiendo en la pobreza más absoluta. En el mundo visible de los indígenas la tierra juega un papel destacado, porque la consideran una entidad viva y la adoran como la Madre Tierra. Lo mismo sucede con el maíz, es su alimento, es su vida, y pocas cosas son más importantes para el ser humano que la propia existencia.

Uno de esos pueblos que todavía creen en el animismo es el de Kekchí, de origen maya, creen en su dios Tzultaká (cerro), ellos continúan creyendo que está vivo y que les sigue ayudando en el cultivo de su grano preciado: el maíz. Sus creencias se apoyan en que el cerro está vivo, que en su interior encierra a un dios cuyo nombre es Tzultaká, el dueño del cerro y de todo lo que contiene, adentro y afuera. El cerro es quien da el maíz sembrado sobre él, los árboles, los animales y los pájaros que lo habitan y lo sobrevuelan, toda la vida existente en torno al cerro la provee Tzultaká. Él es quien lo trabaja, el intermediario, el que se lo pide al Padre Dios.

El pueblo Quiché posee un documento fabuloso, el Popol Vuh, donde se recoge la mitología de la creación del hombre por los dioses, señalada en los relatos de las tierras altas de Guatemala. En él se cuenta cómo los dioses crearon la vida de la tierra, que una vez creados los animales del cielo y la tierra pidieron a estas criaturas que los invocaran diciendo sus nombres, pero los dioses sólo escucharon chillidos, graznidos y gorjeos. Los dioses no quedaron satisfechos por lo escuchado y decidieron, como castigo, enviar a los animales a los bosques y barrancos, convirtiéndolos en carne de alimento. Tras el fracaso del primer intento decidieron crear un ser mejor que cumpliera con sus expectativas y deseos, los hombres. Pero este primer intento de crear al hombre tampoco parece que les saliera bien, pues utilizaron para ello una materia prima poco adecuada, lo crearon de tierra y se deshacían, carentes de fuerza y movimiento e incapaces de reproducirse. De nuevo lo intentaron, pero en esta ocasión con madera de colorín, y de igual manera que los primeros fueron creados con carencias, en este caso pudieron hablar, moverse y reproducirse, pero sus carnes eran sin sangre ni sustancia y no tenían alma ni entendimiento, lo que les hacía vagar sobre la tierra sin rumbo. Ante tanta decepción, los dioses decidieron destruir todo lo creado y nuevamente se pusieron a discutir tratando de encontrar la claridad de pensamiento necesaria. Entonces enviaron al coyote, al gato montés, a la cotorra chocoyo y al cuervo a traer las mazorcas amarillas de Paxil y Cayalá. Una vez molido el maíz, hicieron con la masa nueve bebidas, con las que crearon la sangre y la carne del primer varón y la primera mujer, y esta vez sí quedaron satisfechos, porque habían creado a criaturas maravillosas capaces de reproducirse, reconocerlos, alabarlos y alimentarlos con sus ofrendas.

Según la mitología maya, el maíz fue dado a los hombres por los dioses para su consumo, pero es él quien tiene que cultivarlo. El maíz crece de la tierra pero necesita cuidados, atenderlo, alimentar al mismo maíz para que se engrandezca y aporte sus beneficios. To-nacayo es como llamaban al maíz los antiguos pobladores de Huastecapan, los primeros que lo cultivaron, y los aztecas transformaron su nombre llamándolo tsintli, aludiendo al alimento de los dioses o teosintli. También la mitología nahua señala al maíz como surgido del cuerpo de un dios. En el Historie du Mechique, documento de la Colonia temprana, encontramos: "El dios llamado Piltzintecuhtli, ella Xochipilli, tuvieron por hijo a Cinteotl. El dios hijo (...) se hundió en la tierra para producir diferentes vegetales útiles al hombre. Así de sus cabellos salió el algodón; de una oreja la planta llamada huauhtzontli; de la nariz la chía; de los dedos, los camotes y del resto del cuerpo otros muchos frutos. A su creación más destacada debe el dios su nombre principal, Cinteotl (el dios mazorca)". (López Austin, 2003).






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