sábado, 2 de mayo de 2009

Angelitos y maracas contra el racismo

Esta mañana fui a visitar a mi querida madre, no vivimos muy separados, lo hacemos en la misma ciudad aunque relativamente alejados, por lo que no todos los días nos vemos, no obstante sí nos comunicamos a cada momento por teléfono. "Los años no perdonan a nadie", suele decir con frecuencia alternándola con otra frase, "hay que ver cómo nos ponemos", mientras se mece suavemente, sin prisa, sobre la mecedora, como si no quisiera acelerar el vaivén para no provocar al tiempo, para no malgastarlo, lentamente y apoyando la cabeza hacia atrás; dejando la mirada perdida en cualquier punto entre la pared y el techo de la habitación, mientras sus arrugadas manos se dejan seducir por el apoya-brazos.

Por momentos el silencio se alía con nosotros dos, y es entonces, cuando ella parece regresar al pasado con el pensamiento, quizás añorando otros días más dinámicos y de otro talante más esperanzado, yo la acompaño. Seguramente no coincidiremos ni en los acontecimientos ni en las fechas a los que nos transportamos en el recuerdo, y si así fuese lo recordaríamos desde distinto punto de vista. Las vivencias que hemos compartido, toda una vida, fueron desde diferente óptica, ella era una madre hermosa y buena, que aún pasando necesidades no me las transmitió, se desvivió para que nada me faltara, y yo ni comprendía ni advertía que eso pudiera estar sucediendo, yo fui un niño que creció feliz, sin lujos pero sin necesidades.

Las necesidades pasadas eran las propias de una época dura, la de la posguerra española, ella era una niña pequeña cuando estalló la contienda que provocaron los fascistas españoles apoyados por Hitler y Mussolini, nunca fue a la escuela, sólo tuvo tiempo para trabajar en el campo, de sol a sol, junto a sus cuatro hermanas y tres hermanos. Todas esas vivencias, que yo imagino, las revive solitariamente, ya no quedan muchos seres queridos con quien recordarlas y compartirlas, la mayoría ya se fueron para siempre y los presentes se podría decir que están casi ausentes... por la edad.

Que no hubiera tenido oportunidad de ir a la escuela no le resta inteligencia, ni cualidades que muchos quisiéramos poseer, las circunstancias dejaron a media España analfabeta por falta de posibilidades y por la necesidad de buscar el alimento, aquel entorno y contexto en el que creció no es atractivo para casi nadie, a pocos que no lo vivieron les hubiera gustado vivir. Pero cuando la acompaño en sus silencios lo deseo, desearía haberlos vivido junto a ella, recordar los momentos de su infancia para poder compartirlos.


Sin embargo, tengo la suerte, la inmensa fortuna de poder compartir los de mi infancia, y lo hacemos. Ella me cuenta cómo los vivía y yo cómo los disfrutaba. Sus recuerdos, ha veces, se presentan agridulces, pero siempre llenos de ternura, todo lo negativo que le viene al recuerdo lo acaba narrando con una sonrisa, con una travesura infantil, con alguna ocurrencia o detalle del niño que yo era. En cambio, por mi parte, no existe recuerdo desagradable, no sé si es porque fueron más los agradables o porque los tristes apenas existieron.

En todas las escenas entrañables de mi vida ella siempre está presente, la recuerdo de mil maneras y en cada una de ellas el amor y la ternura cuelgan de la imagen recordada como cuadro en la pared, siempre envuelta de una nebulosa dulce, llena de cariño. Cada encuadre recordado va acompañado de su melodía, la banda sonora que casi siempre provenía de la radio de galena, por donde se liberaban hermosas canciones que pasaron al recuerdo, casi al olvido, y que van unidas irremediablemente a los mejores años de nuestras vidas.

Pocas son las canciones de Antonio Machin que no forman parte de la banda sonora de mis días y siempre que escucho alguna me viene al recuerdo la imagen de mi querida madre realizando las labores del hogar, tarareando las melodías, entre sonidos añejos que son sinónimos de los mejores sentimientos. Y es que Machin, cuando cantaba, lo hacía como los ángeles. Entonces, no tenía edad suficiente como para captar detalles importantes, mensajes que contenían aquellas canciones casi infantiles, banales, y que a veces eran creadas sólo y con la única intención de ayudar al olvido, a no acordarse del sufrimiento, del hambre y del desencanto reinante en la sociedad. Pero sí analizamos algunos de aquellos éxitos musicales, por ejemplo el "Angelitos Negros" de Machin, uno encontrará en su letra un mensaje muy atrevido. En principio resulta un tanto inocente, nada malicioso ni con doble sentido, pero su contenido anti-racista lo mantiene en la actualidad. Su demanda o petición, gritaba al cielo, a los corazones de los cristianos de falsa y doble moralidad, a la Iglesia Católica que no aceptaba a los negros ni a otras razas en sus altares, en sus retablos, en la sociedad que ellos protagonizaban en primera línea, que sólo los usaba como trofeos de caza de su doctrina; nunca vi en mi infancia a un personaje de otra raza distinta a la nuestra es los catecismos ni libros religiosos, como no fueran con taparrabos, plumas en la cabeza, y arrodillados ante el religioso de turno que los convertía a la fe del dios blanco.

Aquella España era muy diferente a la de hoy, tuvieron que pasar años, cerca de la adolescencia, hasta ver los primeros negros. Recuerdo que los mirábamos con discreción pero con curiosidad, extrañados, por supuesto sin malicia alguna, por aquellos días el racismo en este país de morenos no había metido en el mismo saco a los negros, era dirigido en exclusivo a los gitanos y moros. Pero los tiempos cambian y hoy para la mayoría ya no extraña un negro por la calle, ni de otra raza, la diversidad se ha adueñado de las calles y, aunque siguen sin haber angelitos negros en las iglesias, las conciencias de las personas se abren a la diversidad de razas y culturas; sin embargo, lo que sí nos extraña ahora y nos hace volver la cabeza, no por curiosidad sino por rechazo y malestar, es cuando nos encontramos por las calles a los energúmenos que se creen superiores y les faltan el respeto a los diferentes.

Quizás por aquella protesta musicada de Antonio Machin, yo pinté mis angelitos negros, un tema que siempre me atrajo en la pintura fueron las razas y en especial los niños, los angelitos sin alas. Mis dos angelitos negros los pinté al principio de los años 90, y me inspiré en las votaciones democráticas de Sudáfrica, en dos madres vestidas de blanco pureza que portaban a sus hijos de corta edad a la espalda con telas verdes, esperanza, uno durmiendo plácidamente y el otro agitando una banderita con un dibujo de Picasso, la bola del mundo y cuatro brazos, manos, que se estrechan y que simbolizan a las razas, pidiendo igualdad.

Pero Antonio Machin no sólo formó parte de mi banda sonora, la de mi infancia, también tuve la suerte de encontrarme con él en dos ocasiones ya en mi juventud, en la primera trabajaba en un restaurante de carretera, donde paraban los camioneros en número elevado, siempre se ha dicho que cuando se ve a muchos camiones aparcados cerca de un restaurante es que ahí se come bien y barato. quizás por ese motivo, por lo concurrido, aquel verano vi en el hotel Las Vegas, en la carretera de Madrid - Córdoba, a varios de los cantantes de moda por aquel tiempo, de los que recuerdo a dos negros, Basilio, "Cisne cuello negro, cisne cuello blanco", y a Machín, Don Antonio entró por la puerta y eso provocó que todas las miradas se dirigieran hacia él. Alto, elegante, con una planta de estrella como pocos, y los murmullos se adueñaron del comedor, cerca del centenar de comensales, que lo reconocieron rápidamente y que no dejaban de mirarlo y comentar con sus compañeros de mesa las anécdotas de sus vidas en las que su música estuvo presente.

Estos comentarios los escuchaba mientras servía las mesas, y en una de ellas, de las que a mí me tocaban atender, Machin y un acompañante tomaron asiento. No olvidaré nunca su manera de hablar, de comportarse, elegante, respetuoso, y lo que aquel almuerzo veraniego llevó a su estomago, un gazpacho suave, sin mucho ajo, y un filete de ternera. Por la conversación que mantenían supe que venían de Sevilla, a poco más de 100 kilómetros de mi ciudad, y que se dirigían a la provincia de Ciudad Real.

Al año siguiente, al principio de verano, de nuevo tuve la inmensa fortuna de encontrarme con él casualmente, era en la gasolinera de La Lancha, a 8 kilómetros de Córdoba, yo recién terminaba de mi jornada laboral en el restaurante cercano y esperaba a un compañero para irnos juntos en el auto. Mientras esperaba, con un calor asfixiante, un coche se paró a repostar y al abrir la puerta me encontré de nuevo con el responsable de tantas ilusiones vividas por la mayoría de los españoles de aquella época. Fueron unos minutos los que tuve la dicha de tenerlo cerca de nuevo; poco tiempo después, el mismo año, supe de su muerte. Nació en Cuba, en Sagua la Grande, pero fue en Sevilla, Andalucía, donde quedaron sus restos mulatos para siempre.




http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/

1 comentario:

  1. hoy despertaste algo nostálgico.

    me diste una idea para escribir algo en mi blog. me hiciste recordar como mi abuelo me contaba de sus "tiempos"; todas sus limitaciones, las dificultades y carencias... y sin embargo, los cuenta con tanta alegría y añoranza.

    hoy en día si mi celular no tiene señal... el mundo se quiere caer. es curioso como le damos un valor "necesario" a ciertas cosas y perdemos de perspectiva lo que realmente es calidad de vida.

    a ver si mañana me ánimo y escribo algo sobre esto. gracias.

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