Poco tiempo más tarde afloró en mí la pasión por el arte pictórico, por la pintura artística, que me llevó a vivir de esta ocupación durante algunos años de mi vida, y aquel curioso parecido hizo que me interesara por la obra de su autor, el ecuatoriano Oswaldo Guayasamin. Al principio me costaba recordar su nombre, no así su pintura, porque si algo tiene de especial, que son muchos puntos, es que no recuerda a ningún artista; los cuadros de Guayasamin se distinguen por todo, por sus motivos o temática, composiciones, expresiones, trazos, colores... ni siquiera plagiándolo un buen imitador nos confundiríamos, al menos los que valoramos su legado artístico, es imposible captar todo lo que derrocha en sentimiento cualquiera de los miles de cuadros que pintó. La obra de este genio de la pintura, uno de los grandes con mayúscula y no solo de la América latina si no de la historia del arte contemporáneo en todo el mundo, no necesita de firma, no es necesario acercarse para comprobar su rubrica plasmada entre sus trazos sueltos y rotundos, impactantes y viscerales, pero a la vez dinámicos y armoniosos, expresivos, no esconden su sencillez, quizás porque es la necesaria fusión con el mensaje que emerge de sus telas, lo más profundo del sentimiento humano, de su raza, el dolor, el llanto, la ira y la ternura de los indígenas americanos.
La providencia, la diosa fortuna, ha tenido en gracia concederme la oportunidad de situarme en varias ocasiones ante algunas obras del genial ecuatoriano y los sentimientos que han provocado en mí nunca han sido indiferentes, algunas de sus obras me han atrapado de tal manera que he sentido la necesidad de abrazar el lienzo, con toda el alma, con toda la ternura; no obstante no llegué a perder la cabeza y no me dejé llevar por lo que el corazón me reclamaba. Pero la sensibilidad de sus figuras se transforma en una campanilla que despiertan los sentidos, para hacernos más humanos, para sacar lo que dejamos aparcado en un rincón del corazón y que solo a veces afloramos para identificarnos con los mejores sentimientos. Los cuadros de Guayasamin nos recuerda el dolor de un pueblo, de un continente, que pocas veces sonríe, que llora, grita, con la voz y con las manos, que representan un extenso y expresivo catalogo de los sentimientos del ser humano. Sus cuadros no son un mero objeto decorativo para las paredes de familias bien, sus pinturas no relajan las conciencias, al contrario, o nos hacen sentirnos culpables o comprometidos con su causa, la de la liberación de los pueblos indígenas, la de su dignidad y la de los mejores y más puros argumentos de la humanidad, el amor, la ternura.
Mi primer encuentro con su obra fue en mi ciudad, en Córdoba, y lo más curioso fue que no se trataba de algunos cuadros sueltos entre una exposición mixta con otros artistas, no. La exposición tuvo lugar en la Sala Museística de Cajasur y la componían cerca de una centena, impresionante, no me reprimí y fueron varias veces las que repetí mi visita a tal acontecimiento único. Tanto contenido puede revertirse en un riesgo y volverse cansado, provocando que muchas obras pasen desapercibidas y otras confundidas, pero no, ni me confundí ni me aburrí. La segunda ocasión en poder admirar varios cuadros más de Oswaldo Guayasamin fue también en mi ciudad, en la sala de exposiciones de La Casa Carbonell (Vincorsa), esta vez sus trabajos se acompañaban de otros, entre los que figuraban picassos, dalis y otros de reconocimiento mundial.
Después significó una agradable sorpresa cuando en octubre del 2007 visitaba el mercado de artesanía de la ciudad de Masaya, en Nicaragua; pretendía comprar algunos regalos y otros caprichos para mi, guayaberas, cerámicas... y en una sala, por entre patios ajardinados y pequeñas tiendas agrupadas en pasillos, se exponían pinturas, fotografías de otros tiempos, varias esculturas de pequeño formato y un Guayasamin, allí estaba, como tratando de pasar desapercibido entre tanta artesanía, pero el arte sobresale siempre por encima de mediocridades con buenas intenciones. Mi amigo Silvio me acompañaba aquel día y tengo que reconocer que en cuestiones pictórico-artísticas no está muy puesto que digamos, pero aseguraría que desde aquel encuentro no se le pasará por alto ninguna obra del pintor de las manos protesta. La última fue el año pasado, también en octubre, al regreso de mi viaje por Centroamérica, conocía la existencia de un mural en el Aeropuerto de Barajas, realizado con acrílicos y polvo de mármol, en 1982, pero nunca antes tuve la oportunidad de poder admirarlo, ya se sabe como son los aeropuertos, hasta que ese día, sin pretenderlo, se presentó ante mí al bajarme del tren cercanía que va de una a otra terminal; el tiempo apremiaba y no me permitió admirarlo como me hubiera gustado, pero siempre me quedará otra oportunidad.
ya sabía que steven spielberg era medio plagio
ResponderEliminarANTONIO,GRACIAS POR TU ÁNIMO,ESTOY, SIGO APRENDIENDO,CONTIGO.UN ABRAZO, TE ESPERO EN CÁCERES.
ResponderEliminarEn La Habana hay un magnífico museo dedicado a la obra de Guayasamín, pues este pintor mantuvo una relación entrañable con Cuba.
ResponderEliminarSaludos.
ResponderEliminarSoy conocedor de la existencia del museo de Guayasamin en La Habana y su buena relación con Cuba; tampoco fue un olvido. El currículum y biografía del genio ecuatoriano es tan extenso que no cabría en una entrega, ni en dos... solo traté de resumir su trayectoria. Aún así modificaré el texto e incluiré la existencia del museo que tu recuerdas. Gracias, Lázaro.