miércoles, 1 de abril de 2009

De Orwell y su fábula granjera

No acierto a recordar la fecha en la que por primera vez cayó en mis manos un ejemplar de Rebelión en la granja, de George Orwell. Quiero creer que fue por los mediados años 70 y curiosamente en castellano y versión original, esta particularidad tan extraña, no la constaté hasta pasado el tiempo y después de haber muerto el dictador que nos tocó por desgracia para varias generaciones de españoles. Aquella obra literaria que hasta ese mismo momento desconocía me causó grata impresión, eran tiempos de represión, de dictadura y aunque ya en sus últimos coletazos no se podía pasar por alto que cualquier asunto por extraño que pareciera y relacionado con las libertades te podía costar un disgusto. En principio parecía un cuento pero rápido me di cuenta de que aquella historia, casi infantil, encerraba un mensaje político con muchos matices. Lo raro de aquel encuentro literario, rodeado de otros títulos y obras del franquismo entre cachivaches viejos y antiguallas de ocasión, en la Plaza de la Corredera de Córdoba, fue propiciado por mi afición a las antigüedades. Vivía saliendo de la adolescencia y atraído por todo lo que respiraba a progresismo, a republicano, no sabía muy bien de que valores se cimentaban las ideologías socialistas, marxistas, comunistas, y si les soy sincero me importaba muy poco el contenido de esas definiciones políticas de izquierdas. Sin duda era la rebeldía, el inconformismo, lo que me llevaba a identificarme con todo lo que significara oposición al régimen dictatorial.

Trabajaba en un hostal de carretera por aquel entonces y no hace falta recalcar que todo lo relativo a progresismo era tabú, por muy buena relación que se tuviera con el compañero de trabajo era aconsejable no sincerarse, el régimen se había encargado y muy bien de sembrar la desconfianza en todo el que nos rodeaba, era un arma infalible, el miedo a que nos delataran y diéramos con nuestros huesos en los barrotes de las celdas del cuartelillo era mayor que las ganas de expresarnos y oponernos a tantas injusticias sociales. Pero se dice que la juventud no es consciente del riesgo y el peligro, quizás por eso, por mi edad, acudí una mañana a la primera planta del hostal, necesitaba hablar con Isabel, la camarera de habitaciones. Cierto día escuché entre un grupo de amigos que Isabel y su marido pertenecían al Partido Comunista y mis deseos de participar en el movimiento social, que se extendía como la pólvora por todo el país en los años de la transición española, me empujaron a saber más sobre el significado de izquierda ideológica, así que me aventuré, con la idea en el pensamiento de que nadie mejor que Isabel para sacarme de dudas.
Recuerdo que aproveché un momento tranquilo de clientes en la cafetería, donde desarrollaba mi trabajo, para escaparme y subir al primer piso; era un largo pasillo y a ambos lados las habitaciones se sucedían hasta un máximo de diez, cinco a cada lado. Fui mirando mientras recorría el pasillo buscando en cual de ellas se encontraba mi compañera de trabajo y cuando pensaba que sería mejor dejarlo para otra ocasión, Isabel sacudía en el último cuarto las blancas sabanas de la cama, con las ventanas abiertas y el cálido sol de la mañana invadiendo el rectángulo habitacional. -¡Hola Isabel!- le dije, mientras pensaba como abordaría el tema que me había llevado hasta ella. Después, de obtener un -¡hola Antoñín!- como respuesta, le dije que me había enterado de que ella era comunista y que yo también quería apuntarme al partido, que estaba interesado en conocer más en que consistía, y que nadie mejor que ella, en la que confiaba, para que me hablara del comunismo. Isabel dejó de sacudir la sabana por un instante y como petrificada entre rayos solares me preguntó -¿quien te ha dicho que yo soy comunista?- le respondí que en cierta ocasión me enteré por casualidad y que como no conocía a nadie de confianza que fuera comunista...

El silencio se apoderó del cuarto del hotel y por momentos pensé que se negaría a ayudarme respecto a mis dudas, pero de pronto agitó de nuevo la sabana y con voz baja me dijo: - no le digas a nadie que soy comunista, si se entera la policía nos puede costar un disgusto, a ti y a mi... ahora no es buen momento para hablar de esto, mejor en otro sitio; pásate por mi casa esta tarde cuando salgas de trabajar- asentí con un movimiento de cabeza y me despedí con un hasta luego. Acudí a la sita como acordamos y me invitó a café, me puso al corriente de los peligros que yo podía desconocer y me recordó que no se podía confiar en nadie, que quien menos esperaba podría ser un chivato del régimen. Acto seguido se subió a una silla junto a un armario y de la parte alta del mueble sacó unos periódicos impresos que ocultaba discretamente, eran varios ejemplares del Mundo Obrero, el periódico clandestino del Partido Comunista de España. Me dijo que les echara un vistazo mientras que tomábamos el café y que ella no sabía como explicarme en que consistía el comunismo, que era una manera de ser en defensa de los trabajadores, contra la explotación del proletariado; un estado donde todos teníamos el mismo derecho y las mismas obligaciones y donde rebajábamos para nosotros mismos. Recuerdo que le hablé de la Rebelión en la granja y de lo que me parecía el contenido, ella se extrañó y me preguntó que de donde lo había sacado, le conté mi casual encuentro y lo celebró como un acontecimiento único, le prometí que se lo prestaría y días más tarde, cuando lo hice, lo cogió entre sus manos como si de un tesoro se tratara. Solo el hecho de ser una obra literaria de Orwell suponía tratarlo como un objeto de veneración. Terminó de leerlo y una mañana en el trabajo me lo devolvió, le pregunté que cual era la impresión que le había causado y sin mencionar la calidad de la obra, se limitó al contenido, tratando de esconder la realidad, la evidencia del fracaso de las repúblicas socialistas en los países del este europeo con un: -¡esto no es mas que un cuento de animales!- lo importante para ella era el autor y lo que significaba su aportación a la defensa de la República Española.

George Orwell escribió Rebelión en la granja en 1945, después de un año, 1936, participando en la defensa de la República Española al lado del POUM. Esta obra es el reflejo de sus convicciones personales, antiimperialista, antifascista y antiestalinista, junto a 1984, una visión dramática del futuro que escribió en 1949; y Homenaje a Cataluña, obra que se refiere a las tensiones y enfrentamientos entre la izquierda durante el conflicto español. Rebelión en la granja es una fábula satírica sobre la ambición política en el ser humano, sobre la revolución y como se vuelve contra quienes lucharon por ella una vez instaurada. La crítica a Stalin, como la ven los críticos, cuenta como los animales de la Granja Menor se revelan contra el hombre, contra el dueño de la granja, al que consiguen expulsar de su propiedad. Son los cerdos los que ocupan los papeles más relevantes en esta historia, que comienza con un discurso del Viejo Mayor, cerdo muy estimado entre los animales de la granja. Pero a la muerte de este el resto de los cerdos se organizan en torno a dos jóvenes: Snowball y Napoleón, el primero es más vivaz, con mayor facilidad de palabra y más ingenioso; al igual que Trotsky. En cambio Napoleón es un verraco grande de aspecto feroz; al que políticamente comparan con Stalin. Snowball acaba exiliado acusado de conspiración y Napoleón imponiéndose y utilizando a los perros como policías. Instaura una dictadura en la granja y acaba por andar de pie y bebiendo alcohol con los demás granjeros que se suponían enemigos de los animales. Una fábula tan real como la vida misma que aconsejo incluir entre los primeros libros de aventura en la infancia, un ejemplo de lo que acaban por imponer los populistas y que cuando nos damos cuenta ya es demasiado tarde para los derechos y libertades del ser humano.








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