sábado, 17 de marzo de 2012

El Clásico cultural del Centro de México (Teotihuacan IX)


Pintura

El punto más alto en el apogeo de la pintura muralista teotihuacana coincidió precisamente con el momento de más influencia cultural en Mesoamérica, entre los años 450 y 650 d. C. Al contrario de lo que ocurrió con la escultura, que nunca llegaron a superar a los olmecas, en el arte muralista no tuvieron rivales, fueron superiores a cualquier otra cultura de la región mesoamericana. Los murales teotihuacanos son un autentico manual histórico de cuales eran sus costumbres, religión, ceremonias, vestimenta, adornos o la variante del juego de pelota que practicaban que, a diferencia de otros pueblos que usaban el cuerpo, en Teotihuacan se valían de una especie de garrote para desplazar la pelota, según muestran los murales de Tepantitla.

En las pinturas teotihuacanas no existen señales de los autores, son anónimas, no pertenecían a los pintores sino a los dioses, esta consideración dice mucho de la importancia que se le daba a este arte pictórico. Las conclusiones a las que han llegado los estudiosos sobre la profesión de los pintores, o tlacuilos, es que el oficio se aprendía en sitios determinados, siempre con el cuidado de los maestros de que los alumnos no destacaran en cualquier rasgo que los identificara, manteniendo así el carácter colectivo de las expresiones artísticas que, además de la comunicativa o de información, tenían la función didáctica.

Al margen de lo austera y la intensidad religiosa que refleja la pintura de la gran urbe del Clásico en el Centro de México, sus murales son distinguidos y graciosos. Su estilo es característico, no se utilizaba la perspectiva, el espacio se representaba colocando los objetos más lejanos en la parte de arriba y los más cercanos en la inferior. Curiosamente, comparten una característica con el arte egipcio, con frecuencia mostraban a los dignatarios un tanto más grandes que al resto de las figuras.

La pintura muralista de Teotihuacan le debe mucho a Leopoldo Batres, quien en 1889 descubrió los primeros descubrimientos pictóricos en el Valle de Teotihuacan, y que gracias a eso muchos arqueólogos se interesaran por el tema y acudieron al área a desarrollar sus investigaciones. Desde entonces y hasta nuestros días son cuarenta las estructuras con pinturas que se han descubierto, con un contenido total de 350 murales pintados mayoritariamente en las partes inferior de los muros. Las estimaciones referentes a la cantidad son que las halladas representan solamente una parte, de lo que quizás pudieran haber sido docenas de miles, que continuamente eran restauradas y vueltas a pintar.

En sus composiciones destaca la elegancia del dibujo y los colores planos, sin sombras, que a falta de perspectiva se encargaban de dar la bidimencionalidad a las escenas. El rojo, como color predominante, se asociaba con el café tratando de restar luminosidad. El amarillo en menos proporción de uso y rara vez el negro, azul y un poco de verde.

La importancia de la pintura en la cultura teotihuacana era de un nivel tan elevado que aparecía por cualquier rincón de la ciudad, desde los templos y palacios del centro de la metrópoli hasta en las habitaciones de los ciudadanos comunes que vivían en las afueras. Los sacerdotes, a los que se les otorga la guía simbólica seguida por los maestros pintores, aparecen pintados frecuentemente entre las composiciones vestidos de jaguares o coyotes con plumas de quetzal. Un tema muy recurrente el de las figuras humanas vestidas con ropas que simbolizan animales en actitudes humanas, así como los híbridos, pájaros-serpientes, jaguares de dos cabezas, jaguares-serpientes o humanos con rasgos de animales. Imágenes relacionadas con el concepto que se tenía del animal representado. Además de estas zoomorfas, otras extrañas formas aparecen en sus murales, 57 signos que casi con toda seguridad son escriturales.

Por otro lado, y dentro del amplio catálogo pictórico de figuras, signos y símbolos, destacan las formas relacionadas con la naturaleza. Animales, aguas, montañas, árboles, frutas, maíz, cacao, mariposas, pájaros, conchas, caracoles, jaguares, coyotes, serpientes y otras formas, le dan un aire cotidiano y alegre a la pintura muralista teotihuacana.

En 1942 fue descubierta la pintura más famosa de Teotihuacan, la de Tepantitla, hallada en un palacio residencia situado a pocos metros de distancia de la Pirámide del Sol. Del mural original sólo se conserva un fragmento, aunque en el Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México existe una reproducción construida en su totalidad. De otros murales, como los del Templo de la Agricultura que descubriese a finales del siglo XIX Leopoldo Batres, hoy sólo quedan las copias que él mismo hizo, en las que se muestran hombres y mujeres con ofrendas acudiendo al santuario de la deidad que les libró de hambre y miseria.


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